Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Torrent

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Área de Adultos: Acción Católica

 

N.A.C.E.
Nueva Acción Católica Española
 
El instrumento de la Iglesia diocesana para ofrecer a las Comunidades
Parroquiales una formación en clave de revisión de vida,
y así conseguir católicos en acción,
 
por José Manuel Marhuenda Salazar
 


Anoche tuve un sueño

En el 43° Consejo General de la JOC, celebrado aquí en Valencia, vi a jóvenes de toda España reunidos, reflexio­nando, trabajando, decidiendo con el fin de construir un fu­turo mejor. En permanente compromiso era el objetivo mar­cado. Durante el Consejo estuve en  organización, pen­diente de que las cosas que me encomendaron saliesen bien. Todo el trabajo, la tensión, la falta de sueño, me ago­tó, y me acosté cansado, pero contento. Y soñé.

Como en muchos sueños, me veía ante muchas reali­dades y en distintos espacios. En mi sueño veía a jóvenes y a laicos adultos que tomaban iniciativas en la evangelización de la comunidad parroquial; yo les confiaba tareas pastora­les, pero en el fondo no me acababa de fiar de ellos, pensa­ba que las cosas no salían bien del modo que ellos las ha­cían, por lo que quería controlarlo todo. Todo tenía que pa­sar por mi supervisión para poderle dar el visto bueno, para estar así tranquilo. No delegaba en nadie, porque en el fon­do no me sentía seguro de su forma de hacer las cosas.

No acababa de contar con la opinión de los jóvenes y de los laicos, les oía, pero no les escuchaba. Los convocaba, nos reuníamos, hablábamos, pero al final, no se hacía lo que ellos decían, sino lo que a mí me parecía. Me veía que quería abarcarlo todo, por lo que no abarcaba nada, quería estar en todas partes, pero no llegaba de verdad a ninguna. Ante mi actitud los jóvenes (y también algunos adultos) op­taban por dejar la comunidad parroquial, pues veían que "no pintaban", "no contaban" para nada, tenían la sensa­ción de que les utilizaba, pues no se sentían corresponsa­bles en la construcción del Reino.

En otro momento de mi sueño, veía que lo que yo quería era unos laicos "que mantuviesen el sistema clerical", que lo perpetuasen. Que dijeran a todo que sí, que no me cues­tionasen ni criticasen lo que yo decía o las opciones que tomaba. Me gustaba que pensasen y creyeran que yo siempre tenía la ra­zón, pese a que andaba equivocado, y que a su vez ellos no se despertasen de su sueño, no fuera que con ello a mí se me aca­basen "los privilegios". Quería jóvenes y adultos laicos que ha­blasen, pero que no opinasen, que hablasen de todo, pero que no criticasen. Por lo que organizaba muchas charlas, jornadas, cursillos, seminarios, para que fuesen laicos adoctrinados, pero no formados.

En mi sueño veía que no acaba de creerme que la voca­ción, la llamada de Dios a la construcción y extensión del Reino, desde el Bautismo, se podía (y debía) hacer desde todos los ca­rismas y ministerios, ordenados o no, y como sacerdote me veía el único y el mejor, y no me daba cuenta que por muy cura que yo fuera, si las cosas no las hacía con amor, de nada servía.

En un momento de mi sueño me veía como el párroco es­trella, pues era el único protagonista en la comunidad parro­quial, donde todo lo que se hacía era con mi estilo, desde mi punto de vista, donde todo giraba entorno a mí, se trabajaba co­mo yo decía, y nadie cuestionaba nada, donde no existía la co­rresponsabilidad. Y cuando me cambiaron de comunidad parroquial, la comunidad se vino abajo, nadie estaba capacitado para llevarla adelante, porque no les había enseñado a los jóvenes y adultos a ser corresponsables.

En mi sueño veía que la nueva comunidad a la que me destinaron funcionaba, porque el protagonismo también lo tenían los laicos, pues eran todos corresponsables, pero co­mo yo era el "párroco estrella", para que se notase que esta­ba allí, por cambiar, cambié hasta el Sagrario, sin tener en cuenta la opinión de los laicos de la comunidad.

Casi al final de mi sueño descubrí lo que los jóvenes y adultos laicos querían de mí:

No que me sirviese de la comunidad, sino que sir­viese a la comunidad.

No que se me escuche en la comunidad, sino que escuche a la comunidad.

No que sea el "más" en la comunidad, sino que sea uno más en la comunidad.

No que manipulase a la comunidad, sino que moti­vase a la comunidad.

No que gastase a la comunidad, sino que me des­gaste por la comunidad.

No que infravalore a la comunidad, sino que valore a la comunidad.

No que me promocione en la comunidad, sino que promocione a la comunidad.

No que sacrifique a la comunidad, sino que me sa­crifique por la comunidad.

No que eduque en el temor, sino que eduque en el amor.

No que adoctrine a la comunidad, sino que forme a la comunidad.

En la parte final de mi sueño, soñé que las comunidades parroquiales estaban ya tan vertebradas, maduras i. responsables que cuando llegué a una nueva comunidad parroquial, llegaba para servir, y no para ser servido; y a no me creía el dueño y se­ñor de la parroquia, como el que se cree el amo del cortijo. Veía que me integraba en la comunidad parroquial como un miem­bro más, donde aportaba mis cualidades y carismas, donde ejer­cía mi ministerio sacerdotal, donde junto con los laicos y jóve­nes, que también ejercían sus propios carismas y ministerios, lle­vábamos adelante el funcionamiento y la dinamización de la co­munidad parroquial. Al final de mi sueño, poco antes de desper­tarme vi que se cumplían las palabras del CLIM 148 "Cristianos laicos Iglesia en el Mundo": "La nueva evangelización se hará por los laicos, o no se hará".

 

La Acción Católica, semínarío de los laicos diocesanos

"Algo nuevo está naciendo, ¿no lo notáis" 1,. 43, 19 Con estas palabras del Profeta Isaías el Cardenal Pironio inició en El Escorial, el I Encuentro de Apostolado Seglar y Acción Católica:

"Algo nuevo va naciendo, ¿no lo notáis?" (Is. 43, 19). Esto es lo primero que les digo esta mañana a ustedes, hermanos obispos y sacerdotes.­"Algo nuevo va naciendo, ¿no lo notáis?" : Las mismas palabras que aca­ba de pronunciar el Sr. Obispo de Albacete, Presidente de la CEAS, es­tán indicando que algo nuevo está naciendo, que algo nuevo nace en la Igle­sia, por la Acción del Espíritu Santo, para una nueva evangelización. Es­to nuevo se nota de un modo particular en la A. C.

La Acción Católica es un movimiento providencial que nació hace muchos años y que significó, yo diría, el primer despertar de la participa­ción de los fieles laicos en la misión evangelizadora de la Iglesia. Pasó mo­mentos de desierto, como acaba de decir D. Victorio, pero creo que estamos viviendo un momento providencial. Yo lo noto, a nivel no sólo de España, sino de Iglesia universal"

Estas palabras se dijeron hace 7 años, el 18 de abril de 1995 en concreto. Seguro que alguien que me esté leyendo dirá: "Pues sí. ¿Y en qué ha quedado todo?. ¿En qué se nota "el naci­miento" de la nueva AC? ¿Yo veo sus frutos?"

La respuesta a esas preguntas la encontramos si nos dete­nemos un momento y reflexionamos. Nuestra sociedad del con­fort, mercantilista, postmoderna y tan materialista está acostum­brada a obtener de forma inmediata el producto que desea; la imagen que tenemos suele ser: `Echar unas monedas en la máquina expendedora,  y ya está, se produce el ‘milagro'; recogemos inmediatamen­te el producto deseado y seleccionado". Influenciados por el ambiente en que vivimos, a veces pensamos, creemos que todo funciona igual; y a veces los sacerdotes caemos en el error de esperar que ocurra eso mismo incluso en la transmisión de la fe. Somos muy dados a esperar prontos resultados en nuestra labor, olvidando las parábolas de Jesús que nos hablan del trabajo y la paciencia que requiere la evangelización: el sembrador (Mt 13, 1-23); la cizaña (Mt 13, 24-30.36-43); el grano de mostaza (Mt 13, 31-32); la levadura en la masa (Mt 13, 33); los trabajadores enviados a la viña (Mt 20, 1­16); la semilla que crece por sí sola (Mc 4, 26-29); la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-17).

Sigamos reflexionando y, como hacía Jesús, tomemos ejemplos de la vida cotidiana. El nacimiento de un niño o niña necesita 9 meses de gestación, es decir, unos 270 días en el seno de la madre; a veces, por desgracia, se producen complicaciones que requieren que el recién nacido sea in­troducido en una incubadora para recibir cuidados especia­les. Pero todo no queda ahí: una vez ha nacido, tiene que ser amamantado y cuidado por la madre y el padre por lo menos durante los primeros 4 años (unos 1.461) días); en Brasil, los niños de la calle,  a esa edad, ya son capaces de sobrevivir por sí mismos sin contar con los padres, pero los niños y niñas de los países enriquecidos dependen muchísi­mo más de sus madres y padres. ¿Qué pasaría con una niña o un niño recién nacido sin la protección o cuidado de sus padres o de personas que se hagan cargo de ellos hasta que lleguen a ser adultos?

Ahora pensemos en la evangelización, en la transmisión de la fe, y preguntémonos: ¿Qué pasa con los niños o niñas des­pués de ser bautizados? Ya han recibido La semilla de la fe,  pero ¿y después qué? ¿Qué transmisión de la fe realizan sus padres? ¿Quiénes son los padrinos? ¿Ejercen como tales en la transmi­sión de la fe? Por desgracia, sabemos la respuesta a estas pre­guntas: salvo contados casos, no podemos esperar que esa semi­lla recibida vaya creciendo y desarrollándose.

Sigamos con el proceso habitual de educación en la fe. Hasta que los niños no han cumplido entre los 6 ó 7 años no vienen a prepararse para recibir la 1ª Comunión. El tiempo de catequesis viene a durar unos 2 ó 3 años, pero hemos de tener en cuenta que, durante todo ese período, si vienen a la cateque­sis semanal y a la Eucaristía dominical, habrán asistido en el me­jor de los casos unos 30 ó 60 días a lo largo de un curso (que no un año natural); o sea, que en esos dos o tres años, como mu­cho habrán asistido a catequesis durante 180 días. Teniendo en cuenta que esos días la catequesis no dura las 24 horas, sino una media de 2 horas más o menos, tenemos que el tiempo de pre­paración a la primera comunión, con suerte, ha sido de 360 ho­ras.

Si más adelante vienen a prepararse para el sacramento de la confirmación, ocurre más o menos lo mismo. Y después de este período y de recibir la Confirmación, damos por supuesto que ha concluido la educación en la fe, y que ya hemos "obtenido" un cristiano completo y comprometido, capaz de vivir en coherencia con esa fe que le hemos inculcado. La experiencia nos demuestra que el actual sistema de edu­cación en la fe no funciona tan automáticamente como las máquinas expendedoras, porque los resultados que obtene­mos (cuando los obtenemos), dejan bastante que desear.

Pongamos otro ejemplo: cuando un joven descubre su vocación sacerdotal y decide irse al seminario, la formación que recibe en él es de 6 ó 7 años. Tanto la Iglesia como la Diócesis no escatiman esfuerzos, infraestructura, personal, dinero, para que los seminaristas salgan formados del me­jor modo posible. La formación se procura que sea muy, amplia: filosófica, teológica, psicológica, antropológica, so­ciológica, en definitiva formación humana y cristiana. Se tienen en cuenta las circunstancias de cada seminarista, se respetan y comprenden los procesos personales (altibajos, dificultades, retrocesos...) todo con tal que esa vocación fructifique. A nadie se le ocurriría ordenar a un sacerdote sin pasar todo este período necesario. Siete años hace que el Cardenal Pi­ronio pronunció estas palabras que encabezan estas líneas, el mismo tiempo que un seminarista está en el seminario preparándose y, for­mándose humana y cristianamen­te. Tiempo que nos parece impor­tante y necesario. Y yo me hago "la pregunta: ¿Por qué pretende­mos que una cristiana o cristiano llegue a ser adulto, forma­do, coherente y responsable, y desarrolle su vocación laical en menos tiempo? Cuando hablas a los sacerdotes de la Nueva Acción Católica Española (N.A.C.E.) te encuentras con muchos compañeros que pretenden, pensando con mentalidad mercantilista y eficientista de la sociedad actual, "echar la moneda y obtener el producto". Querrían o desearían que con unas cuantas charlas los cristianos y cristianas de su comu­nidad parroquial se pusiesen en marcha. Olvidan que la gesta­ción en el seno materno, el nacimiento y, la crianza de un peque­ño requiere años. Olvidan que la gestación, el nacimiento y el desarrollo de su vocación al sacerdocio requirió también mu­chos años y muchos esfuerzos de todo tipo, y que eso mismo ocurre con la vocación laical.

La Nueva Acción Católica Española (N.A.C.E.) sería como "el seminario de los laicos diocesanos". Sin menoscabar la importancia de otros carismas laicales, la Nueva Acción Católica es el lugar, el espacio donde se ayuda a desarrollar y profundizar en la voca­ción laical de los cristianos y cristianas diocesanos, a descubrir, madurar y potenciar la semilla recibida en el bautismo, a saberse Iglesia, a querer a la Iglesia, a trabajar en y por la Iglesia. Esto es, a injertarse en su comunidad parroquial, en la diócesis, evangeli­zando en los ambientes y espacios donde se encuentra, viviendo su cristianismo con coherencia, sin prejuicios y en diálogo con la sociedad, aprendiendo a ser fermento en la masa".

 

BAMBÚ JAPONÉS

Me gustaría completar mi anterior artículo con esta histo­rieta que no hace mucho me llegó por el correo electrónico so­bre "El bambú japonés":

Hay algo curioso que sucede con el bambú Japonés y que lo transforma en no apto para impacientes. Siembras la semilla, la abonas' ,y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros  meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los pri­meros siete años, a tal punto, que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece ¡¡más de 30 metros!!  ¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No. La verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad este bambú estaba generando un complejo sis­tema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener des­pués de siete arios

La formación del laicado adulto y corresponsable que necesita hoy la Iglesia es cosa de tiempo, de dedica­ción v constancia, por lo que lo po­demos comparar con lo que sucede con el bambú japonés, y no lo pode­mos dejar en manos de impacientes. Muchas personas, sacerdotes o no, tratan de encontrar soluciones rápi­das para la pastoral. La formación en la A. C. es un proceso me­todológico que va configurando a la persona militante desde dentro, de forma integral, a todos los niveles. La Revisión de Vi­da bien realizada, sin saltarse pasos, profundizando, dejándose interpelar y convertir por la Palabra de Dios, va forjando en la persona un estilo de vida cristiano coherente, que la lleva a creer, vivir v celebrar todas las dimensiones de la fe v de la vida.

Sin embargo, en la vida cotidiana muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste re­quiere tiempo. Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquéllos que desean resultados a corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente de que sólo llegan al éxito aquéllos que lu­chan en formsa perseverante y saben esperar el momento adecuado.

Es difícil convencer al impaciente, sacerdote o laico, que sólo piensa en clave de "Operación Triunfo", de que sólo llegan al éxito aquéllas personas que se esfuerzan y lu­chan de forma a veces lenta pero constante, que trabajan y se forman de forma perseverante, permanente, y saben es­perar el momento adecuado. Personas que no ven la forma­ción como un adoctrinamiento, una mera adquisición de conocimientos, sino corno un camino de espiritualidad. Si deseamos personas sensibles, coherentes, con capacidad de análisis, sólo será posible si desarrollamos un planteamiento educativo que incorpore todos los elementos desde un principio. Por lo que es muy importante no saltarse los pro­cesos en la formación, ni realizarla de forma aleatoria, al igual que no podemos saltarnos lo que nos parezca insigni­ficante. Tendemos, sobre todo los sacerdotes, a recortar "de aquí y de allí" y "pegar esto y lo otro", creyéndonos que de esta forma ya hemos conseguido un buen material para la pastoral. Pero al hacer eso estamos desvirtuando to­do el proceso de formación.

De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creeremos que nada está su­cediendo. Y esto puede ser extremadamente frustrante. En esos mo­mentos (que todos tenemos), recordemos el ciclo de maduración del bambú japonés,  y aceptemos que, en tanto no bajemos- los brazos ni abandonemos por no "ver" el resultado que esperamos, sí está sucediendo algo dentro de nosotros. estamos creciendo, madurando.

Quienes no se dan por vencidos van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos `y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando éste al fin se materialice. El triunfo no es más que un proceso que llena tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga  a descartar otros. Un proceso que exige cambios, acción, y for­midables dotes de paciencia.

Tal como ocurría con el bambú, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creeremos que nada está sucediendo. Y esto puede ser extrema­damente frustrante. En esos momentos (que todos tenemos), recordemos el ciclo de maduración del bambú japonés, y crea­mos de verdad que, en tanto no bajemos los brazos ni abando­nemos por no "ver" el resultado que esperamos, gracias a la me­todología sí está sucediendo algo dentro nuestro y de quien si­gue la formación en clave de A.C.: estamos creciendo, maduran­do, desarrollando unas buenas raíces que nos sostengan después en la acción pastoral.

Quienes no se dan por vencidos, van gradual e impercepti­blemente creando los hábitos y el temple que les permitirá obte­ner un estilo de vida que sostendrá su compromiso cristiano cuando éste al fin se materialice. La formación en la AC, que configura a la persona y que desemboca en la militancia, no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender a realizar bien la Revisión de Vida, esto es, aprender a adquirir nuevos hábitos y a descartar otros. Un pro­ceso que exige integrar la forma-acción, la contempla-acción y la celebra-acción, y que requiere por parte del sacerdote (acompañante) formidables dotes de paciencia.


¿Voluntariado cristiano o militancia cristiana?

De un tiempo a esta parte se ha ido observando la prolife­ración del voluntariado. En una encuesta realizada hace poco en la Comunidad Valenciana se decía que las voluntarias y volunta­rios valencianos dedican unas 4 horas semanales a estas activida­des. Tras el hundimiento del "Prestige" hemos constatado cómo un gran río de "voluntarios y voluntarias", desde distintas partes de España, de diferentes edades y sexos, se han movilizado, sin que nadie les llamase, para "echar una mano", y no quedarse de brazos cruzados ante tal catástrofe, y poder salvar las bellas cos­tas gallegas.

Junto a esta realidad, también podemos encontrar, en mu­chas de nuestras comunidades parroquiales, buenas personas que dedican, o han dedicado, parte de tu tiempo a colaborar en las distintas actividades pastorales.

Mucho se ha escrito y reflexionado sobre este tema y es di­fícil en este corto artículo poder profundizar en todos los aspec­tos a los que se refiere. Pero con mi pequeña reflexión quisiera que nos preguntásemos qué es lo que hoy precisamos para la nueva evangelización, si "voluntarios" o "militantes cristianos".

De las distintas definiciones que se pueden dar de volunta­riado he elegido la de Joaquín García Roca,. ("Solidaridad y Voluntariado". Santander: Sal Terra, 1994. p.62): "El voluntariado social acaba entendiéndose como un servicio gratuito y desintere­sado que nace de la triple conquista de la ciudadanía: como un ejer­cicio de la autonomía individual, de la participación social y de la solidaridad para con los últimos". Al hablar él de la triple con­quista de la ciudadanía, el YO (ejercicio de la autonomía indivi­dual), el GRUPO (la participación social y solidaria) y los ÚLTI­MOS (las personas que reciben mi servicio gratuito y desinteresado), podernos pensar que estos tres puntos configuran un triángulo que define la motivación de un voluntario para su actuar: desde mi opción personal y libre, junto con otras personas que sienten mi misma inquietud, me decido a ha­cer algo por aquéllos que necesitan ayuda (eso sí, habría que considerar también que la persona voluntaria puede no dar­se cuenta o no ser consciente de que con su compromiso voluntario, quizá está quitando un puesto de trabajo).

Esta imagen del triángulo, yo la desa­rrollo desde una perspectiva cristiana. Pues el laico encuentra, o debe en­contrar, la motivación profunda para vivir su cristianismo en su propio bautismo. Por el Bautismo somos he­chos hijos e hijas de Dios, miembros de Cristo y de su cuerpo que es la iglesia; somos consagrados como templos del Espíritu Santo y partici­pamos de la misma misión de Jesucristo. Por el crisma recibido partici­pamos de la triple función de Cristo, sacerdotal, profética y real, lo que subraya la condición ecle­sial, la pertenencia a la Iglesia (CE 1..G. 31). El día de nues­tro bautismo el sacerdote nos ungía con el óleo consagrado, con el santo crisma, diciendo: `Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que os ha liberado del pecado dado nueva vida por el agua y el Espíritu Santo, os consagre con el crisma de la salvación para que entréis a formar parte de su pueblo y seáis para siempre miembros de Cristo sacerdote, profeta y rey .

En la antigüedad, cuando un rey iniciaba su mandato, era ungido con aceite para mostrar así su dignidad; en Israel también eran ungidos los profetas y los sacerdotes que reci­bían una misión (Ex 30,30; 1 Sam 10,1; Cro 11,3; Sal 20, 7; Is 45; Za 4,14). Los cristianos y cristianas hemos sido un­gidos para expresar nuestra dignidad como tales, y la misión que se nos confía de continuar la obra de Jesús. Por el Bautismo se nos convoca a vivir la identidad o vocación cristiana con vistas a una misión: ser signo e instrumento de salvación para el mundo, ser constructores del Reino de Dios.

El "cristiano coherente" sabe que no sólo "pertenece a la Igle­sia", sino que forma la Iglesia, y para ser signo e instrumento de salvación para el mundo integra este triple ministerio con las tres dimensiones del creer, vivir y celebrar la fe. Así, creer es de­sarrollar la función profética, vivir supone desarrollar la función real, y al celebrar está viviendo su dimensión sacerdotal.

El Señor nunca nos dijo que fuera fácil esta llamada a la misión. Por eso San Pablo en muchas de sus cartas compara la vida con una milicia. De aquí viene la expresión «militante», no porque sea belicista o militar, sino porque esta expresión indica que se contempla la vida como campamento, tal como viene apareciendo desde el prólogo del evangelio de S. Juan. De esta forma se entiende la fe como «milicia», co­mo le gustaba describirla a S. Pablo. En Filipenses leemos que Epafrodito era «compañero de armas» (Flp 2,25). O cuando escribe a su amigo Timoteo le dice que sepa «soportar la fatiga como buen soldado» (2 Tim 2,3), utilizando también la expresión «combate el buen combate...» (1 Tim 1,18). O usa palabras de «armas» dándole un sentido original: «armas de la justicia» (Rom 6,13), o «armas de la luz» (Rom 13,2; 2 Cor 6,7). O hablará de la «coraza» (Ef 6,14), de la coraza de la fe y de la caridad (1 Tes 5,8); del «yelmo de la salvación» (Ef 6,17), o de la esperanza (1 Tes 5,8), o del «escudo de la fe» (Ef 6, 16), o de la «espada» del espíritu» (Ef 6,17), que es la Palabra de Dios, más cor­tante que espada de dos filos (Hech 4,12).

Es decir, la fe, la transmisión de la fe y el anuncio del Evangelio no es cómodo ni fácil, y en la época que estamos viviendo deberemos asumir que "los tiempos de cristiandad han muerto", que nos toca asumir un reto y que deberemos estar preparados.

Si miramos en nuestras comunidades parroquiales, quizá hemos tenido (o tenemos) buenas personas que han dedicado parte de su tiempo, del que les sobraba, a "trabajar en la evangelización", pero dicho tiempo ha sido entregado a la comunidad parroquial como el tiempo que se dedica a una ONG. Unas horas algún día de la semana, pero sin mayor complicación e implicación, como aquél que comparte lo que le sobra de su comida, de su ropero, o la calderilla de su dinero. Todo eso hace que una persona pueda aquietar y tranquilizar su conciencia, autojustificarse de lo buena persona que es, de lo solidaria y generosamente que se comporta.

De esta forma la persona cristiana se comporta como "buena voluntaria". Pero todo ello no le hace ver a la Co­munidad Parroquial como casa y cosa suya y de todos. La persona cristiana voluntaria dedica parte de su tiempo en alguna actividad parroquial, pero luego le resultará compli­cado e incluso no entenderá la importancia, por ejemplo, de la celebración dominical, porque como se tiene que mar­char a la casita-chalet-pueblo, no tendrá tiempo para asistir a la Eucaristía; o difícilmente se podrá levantar el domingo para celebrar la Eucaristía si ha trasnochado. No tendrá tiempo para su formación cristiana porque tendrá muchas más cosas que realizar, y todas según ella, tan importantes y necesarias como "ir a misa". No sabrá descubrir el orden de prioridades e intentará, tal vez, si dispone de más tiempo, realizar más actividades, pero difícilmente se preguntará por qué lo está haciendo, cómo lo está llevando a cabo y si eso es verda­deramente lo que el Señor le está pidiendo, o es ella quien lo rea­liza para sentirse bien y acallar su conciencia.

Es verdad que cada persona tiene su proceso, y que hay que respetar los procesos de cada una, pero también es verdad que no podemos "andar con rebajas" pues hemos podido cons­tatar los resultados del actual modo de proceder. Si no se educa en una integración de lo que se cree, de lo que se vive y de lo que se celebra, difícilmente podremos tener a aquellas personas cristianas necesarias para poder evangelizar en este siglo XXI. Pero también es muy importante que no hagamos personas cris­tianas aisladas y de una fe intimista. Hay que potenciar el grupo o equipo de vida, donde todo ello se pueda profundizar, vivir y celebrar. Es necesario que las personas cristianas hagan vida aquello que están em­pezando a conocer, que vayan dando pasos en acciones y compromisos a su alcance donde vean integradas fe y vida, donde los conocimientos adquiridos no se queden en mera instrucción y en puro adoctrinamiento, sino que les lleven a la acción, que se sientan Iglesia, donde estos grupos o equipos de vida se sientan integrados dentro de la Comunidad Parro­quial, donde en ella sean corresponsables. Pensemos en la ima­gen del Cuerpo Místico de Cristo (1 Cor 12); vemos que todos los miembros son importantes y necesarios, que se complemen­tan, y lo importante es que funcionen todos a la vez, que tengan vida, que no se paren. La construcción del Reinado de Dios re­quiere un trabajo continuo e intenso. No se podría entender que los órganos del cuerpo sólo funcionasen 4 horas a la semana, ya que el cuerpo se debilitaría o incluso moriría.

Cuando una persona cristiana tiene todo esto claro, cuando su fe se la cree, la vive y la celebra, deja de ser "voluntaria" para a ser "militante", aunque ella no lo nombre como tal. El y la militante lo es las 24 horas del día, todos los días del año. La persona militante cristiana lo es por voca­ción, y lo es allí donde se encuentra, sea trabajando, en casa, con los amigos y amigas, en la calle, en el sindicato, en la aso­ciación de vecinos y vecinas, en la parroquia, en el tiempo li­bre... La persona militante cristiana "es levadura en la masa", "luz del mundo y sal de la tierra", "un pequeño grano de mostaza". Nos habremos encontrado alguna vez con estas personas que de su profesión han hecho su vocación, cómo se nota y con qué cariño, responsabilidad y compromiso ha­cen las cosas. Son personas que anuncian y denuncian, que se esfuerzan y trabajan por la igualdad, la justicia, la paz, la li­bertad, la solidaridad... Empeñadas en la tarea por transfor­mar la sociedad, según el espíritu del Evangelio. Comprome­tidas en su conversión personal de donde brota su sentir, su pensar y actuar cristiano de cara a la edificación de la Iglesia. La persona militante cristiana es una persona contemplativa, testigo de la acción del Espíritu en su historia, y comprometi­da en esa acción y esa historia, a través de su participación en la vida social y política.

Tras lo expuesto, nos deberíamos preguntar qué es lo que hoy precisamos para la nueva evangelización, si "voluntarios" o "militantes cristianos". Según lo que noso­tros fomentemos, promocionemos y potenciemos en nues­tras Comunidades Parroquiales tendremos un tipo de cristia­nos u otro. Y según el tipo de cristianos, nuestras parroquias se asemejarán a un centro de servicios religiosos disponible "cuatro horas a la semana", o a un Cuerpo cuyos miembros funcionan las 24 horas del día para construir el Reinado de Dios.

 

  

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