Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Torrent

Inicio

Indice

 

 

Área de Catequesis: Campamento 2002

 

ANEXO DOCUMENTACIÓN

 

 HISTORIA DE SALVACIÓN DEL PUEBLO DE ISRAEL

 

Los egipcios llamaban hebreos a los israelitas. Estos eran descendientes de Abrahán, de Isaac, de Jacob y de José. Formaban el pueblo que Dios había escogido para hacer con él un pacto de amis­tad. En Egipto fueron tratados como

esclavos y Dios eligió a Moisés para que salvara a su pueblo de la esclavitud.

 

Después de morir José y sus hermanos, el nuevo faraón que subió al trono empezó a preocuparse al ver que los israelitas eran cada vez más numerosos y fuertes que los egipcios. Temía que los acabaran dominando.

Así que empezó a tratarlos como esclavos y a darles los trabajos más duros. Pero, cuanto más los oprimía, más crecían ellos.

En vista de eso, el faraón ordenó a las comadronas que arrojasen al río a todos los recién nacidos varones, pero que dejasen vivir a las niñas. Pero algunas comadronas no cumplían el mandato del faraón.

 

Una mujer de la familia de Leví concibió y dio a luz a un niño, a quien escondió durante tres meses. Después, como no podía ocultarlo más, con gran dolor de corazón, cogió una cesta de mimbre, la untó con alquitrán y pez para que no se hundiese en el agua y metió dentro al bebé. Luego la dejó en la orilla del río Nilo, escondida entre los juncos.

Una hermana del bebé hacía guardia entre los juncos, esperando a ver qué ocurría. Entonces vio que llegaba a bañarse en el río la hija del faraón. Al meterse en el agua, enseguida descubrió la cesta con el bebé dentro. Muy conmovida, dijo:

 

- Debe de ser un hijo de los hebreos.

 

La hermana salió entonces de su escondite y le dijo a la hija del faraón:

 

- ¿Quieres que vaya a buscarte una nodriza hebrea para que te críe al niño?.

 

La hija del faraón le dijo que sí. Y la chica fue a llamar a su madre, que era también la del bebé. Cuando la madre se presentó ante la hija del faraón, esta le dijo:

 

- Llévate a este niño y críamelo. Yo te pagaré por ello.

 

La mujer estaba feliz de poder criar a su propio hijo. Al cabo de unos años, cuando el muchacho creció, la mujer se lo llevó a la hija del faraón. Esta lo adoptó como hijo suyo y le puso el nombre de Moisés, diciendo «yo lo saqué de las aguas».

 

Moisés se hizo mayor. Un día fue a donde estaban sus hermanos, transportando cargas, y vio cómo un egipcio estaba maltratando a un hebreo, uno de sus hermanos. Moisés mató al egipcio y lo enterró en la arena.

 

El asunto llegó a oídos del faraón, que lo buscaba para darle muerte. Por ello, Moisés huyó a Egipto y se dirigió al país de Madián para buscar refugio. Allí se sentó junto a un pozo para descansar.

 

Al cabo de un rato vinieron las hijas del sacerdote de Madián a sacar agua del pozo para su rebaño. Llegaron también unos pastores y quisieron echar del pozo a las chicas. Pero Moisés defendió a las muchachas y las ayudó a abrevar el rebaño.

 

Las muchachas llegaron a casa mucho más pronto que de costumbre. Su padre les preguntó:

 

- ¿Cómo es que hoy volvéis tan pronto?.

 

- Un egipcio nos defendió de los pastores, sacó agua del pozo y abrevé el rebaño - respondieron.

 

El padre les reprochó:

 

- ¿Y dónde está?. ¿Cómo lo habéis dejado marchar?. Llamadlo, que venga a comer con nosotros.

 

Moisés se quedó a vivir en su casa, y el sacerdote le dio por esposa a su hija Séfora. Tuvieron un hijo y Moisés lo llamó Gersón, que significa: «forastero en tierra extraña».

 

Mucho tiempo después murió el rey de Egipto y los israelitas pedían a Dios que los librara de la esclavitud. Dios los escuchó y se compadeció de ellos.

 

“Siempre que Dios favorece a las personas lo hace por medio de otras personas. En este relato se cuenta cómo Dios eligió a Moisés para salvar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto”.

 

Moisés estaba pastoreando el rebaño de su suegro y llegó hasta el monte Horeb, al que llamaban el monte de Dios. Una vez allí, se dio cuenta de que había una zarza ardiendo, pero que no se consumía. Moisés se acercó un poco más porque estaba muy sorprendido. Entonces Dios lo llamó desde la zarza:

 

-         Moisés, Moisés.

-         Aquí estoy. – Respondió Moisés.

-         No te acerques más. Quítate las sandalias, porque estás pisando un sitio que es sagrado. Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.

 

Moisés se tapó el rostro, temeroso de mirar a Dios. Pero Dios siguió diciéndole:

 

- He visto cómo vive mi pueblo en Egipto. He oído sus quejas y me duelen sus sufrimientos, así que he venido para liberarlos de la esclavitud. Los sacaré de Egipto y los llevaré a una tierra grande y maravillosa. Es una tierra muy fértil. Y ahora ponte en camino. Yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas.

 

Moisés replicó:

 

- Señor, ¿quién soy yo para ir al faraón y pedirle que deje libres a los israelitas?.

 

Dios le respondió:

 

- Yo estaré contigo, a tu lado. Y cuando saques al pueblo de Egipto, vendréis para darme culto en esta montaña.

 

Moisés le replicó de nuevo:

 

- Y si me preguntan quién es el que me envía a ellos, 57 ¿cómo les digo que te llamas?

 

Y dijo Dios a Moisés:

 

- Yo soy el que soy. El Señor Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Ve y diles que he decidido liberarlos de su esclavitud y llevarlos a una tierra maravillosa. Ellos te harán caso. Después irás al faraón para pedirle que os deje marchar. Bien sé yo que él no querrá, pero yo intervendré y os dejará salir.

 

Moisés le dijo a Dios:

 

-         No me creerán y dirán que Dios no se me ha aparecido.

 

Entonces Dios le mandó tirar al suelo el bastón que tenía en la mano. Moisés lo hizo y al momento el bastón se convirtió en un serpiente. Moisés se asustó y dio un salto hacia atrás. Pero Dios dijo:

 

- No temas, coge la serpiente agarrándola par la cola.

 

Moisés la agarró y la serpiente se convirtió de nuevo en un bastón. Dios le dijo:

 

- Así sabrán que se te  ha aparecido el Señor, el Dios de tus padres. Y ahora mete tu mano debajo de tu túnica.

 

Moisés la metió y, al sacarla, la tenía descolorida, como si tuviese lepra. Dios le mandó volverla a meter debajo de la túnica y cuando la sacó estaba de nuevo completamente sana.

 

- Si no te hacen caso al primer signo, te creerán al ver el segundo. Y si no te hacen caso tampoco al segundo, entonces coge agua del Nilo y déjala correr por el suelo. El agua se convertirá en sangre.

 

Pero, Moisés se resistía:

 

-         Pero Señor, yo soy muy torpe y no hablo muy bien. Cuando me oigan, no me harán caso.     

 

El Señor se disgustó con Moisés y le dijo:

 

- Aarón, tu hermano, habla muy bien. Yo estaré en tu boca y en la suya y os enseñaré lo que tenéis que decir. Él hablará a todo el pueblo en tu nombre.

 

Moisés fue a Egipto. Allí se presentó ante las autoridades de los israelitas y les anunció el mensaje que traía para ellos de parte de Dios. Aarón les transmitió su mensaje y Moisés realizó algunos prodigios para que los creyeran. El pueblo los creyó y se llenaron de esperanza al ver que Dios se había acordado de ellos. En cambio, el faraón, al oírlos, se enfureció y endureció aún más el trato que recibían los israelitas. Moisés, preocupado, volvió a hablar can el Señor. Él lo tranquilizó, diciéndole:

 

-         No te preocupes, el faraón no tendrá más remedio que dejaros marchar. Él mismo os echará de Egipto. Tú haz lo que yo te vaya diciendo.

 

Moisés pidió al faraón, el rey de Egipto, que dejara libres a los israelitas. Desde el día que el faraón se negó a dejarlos marchar ocurrieron una serie de plagas o desgracias que lo obligaron a ceder.

 

 

Dios envió terribles plagas sobre el país de Egipto para que el faraón dejara libre a su pueblo. En la primera plaga, las aguas del Nilo se convirtieron en sangre y murieron todos los peces. A pesar de esto, el faraón seguía sin librar a los israelitas de su esclavitud.

Más tarde llegó la segunda plaga. De las aguas de Egipto empezaron a salir ranas que invadieron todo el territorio. Entonces el faraón llamó a Moisés y a Aarón, y les dijo que rezaran para alejar las ranas de su pueblo y que, a cambio, daría la libertad a su pueblo. Moisés suplicó al Señor que desapareciesen las ranas y Dios cumplió su deseo. En cambio, el faraón no cumplió la promesa que había hecho a Moisés.

 

A los pocos días, apareció la tercera plaga: los mosquitos empezaron a atacar y a picar a las personas y a los animales. A continuación llegó la cuarta plaga: una invasión de moscas. Luego apareció la quinta plaga: una epidemia acabó con los ganados de los egipcios. Con la sexta plaga, hombres y animales se llenaron de úlceras. Con la séptima, el país quedó arrasado por terribles tormentas con truenos, rayos y granizo. La octava fue una terrible plaga de langostas que destrozaron todas las cosechas. Después, llegó la novena plaga: durante tres días las tinieblas cubrieron toda la tierra de Egipto.

 

Y llegó la décima plaga, la más terrible de todas. A medianoche murieron todas los hijas primogénitas de los egipcios y también los de los animales. Al amanecer, Egipto se llenó de gritos y llantos.

 

El faraón, asustado por el poder de Dios, llamó a Moisés y a Aarón y les ordenó que se marcharan inmediatamente de Egipto. Moisés dijo a los israelitas que cada familia escogiera un cordero y celebrara la fiesta de la pascua en honor del Señor.

 

 

Cuando se marcharon, el faraón se arrepintió de haberlos dejado ir y decidió perseguirlos. Los israelitas, al verlos llegar desde lejos, se asustaron. Pero Dios, que los guiaba, las protegió. Una nube oscureció todo y los egipcios no pudieron acercarse a ellas. Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar de las Cañas, llamado después mar Rojo, y las aguas se dividieron en dos. Los israelitas pasaron sin problema por el cauce seco, y los egipcios fueron tras ellos. Pero, cuando el último de los israelitas pasó al otro lado, Moisés volvió a extender su mano sobre el mar, y las aguas se juntaron de nuevo, destruyendo a todo el ejército egipcio.

 

En este relato se explica el origen de la fiesta de la pascua, la fiesta en que los judíos celebran que Dios, por medio de Moisés, los sacó de Egipto y los libró de la esclavitud.

 

 

 

Antes de salir de Egipto, Dios les había dicho a Moisés y a Aarón:

 

-         Este mes será para vosotros siempre el más importante, el primer mes del año. El día diez de ese mes cada familia tiene que buscar un cordero a cabrito de un año, que sea macho. Si la familia es pequeña y no puede comerlo entero, que invite a algún vecino. Además, debéis guardar el cordero hasta el día catorce. Ese día toda la comunidad de Israel lo matará al atardecer. Con su sangre rociaréis las partes laterales y la parte de arriba del marco de la puerta de la casa en la que lo vais a comer. Y par la noche comeréis su carne asada al fuego, acompañándolo de pan sin fermentar y de verduras amargas. Comeréis todo, hasta la cabeza, las patas y las tripas. Si sobra algo, no lo dejaréis para el día siguiente, sino que lo quemaréis. Y lo comeréis vestidos con un cinturón, las pies calzadas y un bastón en la mano. Comedlo de prisa, porque así recordaréis lo que ocurrió la noche de la salida de Egipto. Ese día y esa noche serán para vosotros muy especiales. Ningún extraño comerá del cordero de pascua. El cordero lo comeréis dentro de las casas y sin romperle ningún hueso. Y todo el puebla de Israel celebrará la pascua.

 

Y Moisés le dijo a su pueblo:

 

-         Acordaos siempre del día en que Dios os hizo salir de Egipto, libres de la esclavitud a la que estuvisteis sometidos.

 

 

Luego, Moisés y todos los israelitas cantaron un himno al Señor agradeciendo su liberación:

 

«Cantad al Señor, sublime es su victoria. Los carros y las tropas del faraón los lanzó al mar. Ahogó en el mar a sus mejores capitanes. ¿Qué Dios hay como tú, Señor?

El Señor reina para siempre.»

 

El camino de los israelitas por el desierto fue muy duro. Los israelitas se quejaban mucho de su si­tuación. En este relato se cuenta cómo Dios les ayudaba a resolver los problemas que les iban sur­giendo.

 

Los israelitas llegaron al desierto de Sin. Había pasado mes y medio desde su salida de Egipto hacia la tierra prometida y ya empezaban a murmurar contra Aarón y contra Moisés diciendo:

 

-         ¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando teníamos carne en la olla y pan hasta hartarnos!.

 

El Señor le dijo a Moisés:

 

-         He oído las protestas de los israelitas. Voy a hacer llover un pan del cielo. El pueblo recogerá cada día su ración y el sexto día recogerán doble ración. Diles: «Por la tarde comeréis carne y por la mañana os saciaréis de pan». Así sabréis que yo soy el Señor vuestro Dios.

 

Así sucedió. Por la tarde cayó una bandada de codornices que cubrió todo el campamento. Y por la mañana había una capa de rocío. Cuando se evaporó el rocío, apareció sobre la superficie del desierto como un polvo fino parecido a la escarcha.

 

Moisés dijo a los israelitas:

 

-         Este es el pan que Dios os da como alimento. Que cada uno coja lo que necesite comer y que nadie guarde para mañana.

 

 

El día sexto cogieron el doble para no trabajar el sábado, que era el día consagrado al Señor. Los israelitas llamaron maná a esta comida que les daba el Señor cada día. Era blanca y sabía a galletas de miel. La estuvieron comiendo durante cuarenta años, hasta que dejaron el desierto y atravesaron la frontera de Canaán.

 

En otra ocasión, a los pocos días de marcha, el pueblo acampó en Refidín. Pero allí no encontraron agua para beber. Y el pueblo volvió a protestarle a Moisés:

 

- ¿Por qué nos has sacado de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?-

 

Moisés le preguntó entonces al Señor:

 

El Señor contestó a Moisés:

- ¿Qué voy a hacer con este pueblo, Señor?. Casi me apedrean.     

 

- Coge el bastón con el que golpeaste el Nilo, adelántate al pueblo con las autoridades y vete junto a la roca de Horeb; allí estaré esperándote. Cuando llegues, golpea la roca y saldrá agua suficiente para que beban todos.

 

Moisés lo hizo así y el pueblo sació su sed con el agua la roca. Moisés llamó a aquel sitio Masá, que quiere decir «prueba», y Meribá, que quiere decir «queja», porque los israelitas habían puesto a prueba al Señor y se habían quejado contra él diciendo: «¿Está o no está el Señor a nuestro lado?».

 

Cuando los israelitas estaban al pie del monte Si­naí, Dios renovó con Moisés la alianza o pacto de amistad que antes había hecho con Abrahán. Este pacto consistía en que Dios protegería siempre al pueblo israelita, y ellos le tendrían a él como úni­co Dios. Como señal de que aceptaban el pacto, los israelitas se comprometieron a cumplir los diez mandamientos que Dios entregó a Moisés escritos en las Tablas de la Ley.

 

 

Tres meses después de haber salido de Egipto, las israelitas llegaron al desierto del Sinaí. Moisés subió a lo alto del monte Sinaí y el Señor le dijo:

 

- Di a los hijos de Israel que no olviden que fui yo quien las Iiberó del poder de los egipcios y los traje hasta aquí como un águila cuando lleva sobre sus propias alas a sus crías. Diles también que quiero establecer con vosotros una alianza para que seáis mi pueblo. Voy a acercarme a hablar contigo dentro de una nube muy espesa para que el pueblo pueda escuchar lo que hablo contigo y en adelante te crea siempre.

 

Pasaron tres días en los que el pueblo hizo todo lo que Dios le había pedido: se lavaron las ropas y establecieron una línea a las pies de la montaña para que nadie pudiese acercarse a sus laderas. Al tercer día hubo grandes truenos y relámpagos, y una nube muy espesa envolvió todo el monte. Se escuchó el sonido de una trompeta que hizo temblar el campamento. Entonces el Señor bajó a la montaña en forma de fuego: el humo y el toque de trompeta se hacía cada vez más fuerte.

 

Cuando Moisés estuvo en la cumbre, Dios le dijo:

 

- Yo soy el Señor, tu Dios, el que te sacó de la esclavitud de los egipcios. No tendrás a ningún otro Dios más que a mi.

 

- No harás ídolos ni te arrodillarás ante ellos. Nunca pronunciarás mi nombre para despreciarlo a para jurar en falso.

 

- Trabajarás durante seis días, pero el séptimo descansarás.

 

- Honrarás a tu padre y a tu madre.

 

- No matarás.

 

- No cometerás adulterio. No robarás.

 

- No darás falso testimonio contra tu prójimo.

 

- No desearás apoderarte de las bienes de tu prójimo

 

Todo el pueblo estaba aterrorizado por los truenos, por los relámpagos, por el sonido de la trompeta y por todo el humo que rodeaba a la montaña.

 

Pero Moisés los tranquilizó:

 

-         No tengáis miedo. El Señor sólo ha venido para deciros que la respetéis.

 

Los israelitas rompieron en muchas ocasiones su alianza con Dios. Sin embargo, Dios continuó protegiéndolos. En este relato se cuenta la infi­delidad del pueblo israelita antes de que Moisés bajara del monte Sinaí con las losas de piedra don­de estaban escritos los mandamientos de la ley de Dios.

 

Moisés permaneció mucho tiempo en el monte. Como tardaba en bajar, el pueblo fue a decirle a Aarón:

 

- Haznos un dios que vaya delante de nosotros, pues no sabemos lo que le ha pasado a Moisés.

 

Aarón pidió que todo el mundo le entregase los pendientes de oro que tenían. Se los llevaron y Aarón les mandó trabajar todo el oro reunido y fabricar una estatua en forma de becerro. Al acabarlo, exclamaron:

 

- ¡lsrael, este es tu dios, el que te sacó de Egipto!.

 

Después le construyeron un altar y al día siguiente todos ofrecieron sacrificios al becerro de oro, se sentaron a comer y a beber y se pusieron a bailar.

 

Dios se enfadó mucho y le dijo a Moisés que iba a aniquilar a su pueblo. Pero Moisés intercedió ante Dios y logró que no lo hiciera. A continuación, bajó del monte con las dos losas en las que estaban escritos los mandamientos de la alianza con Dios.

 

Sin embargo, al ver el becerro y las danzas, Moisés, lleno de ira, tiró al suelo las tablas y las rompió. Después cogió el becerro que habían hecho, lo quemó hasta convertirlo en polvo y tiró las cenizas al agua y se la hizo beber a los israelitas.

 

Después le dijo a Aarón:

 

- ¿Qué te ha hecho este pueblo para que lo llevases a cometer un pecado tan grave?.

 

Aarón le contó todo lo que había pasado. Moisés castigó durísimamente a los que habían construido y adorado al becerro de oro. Y después se presentó ante el Señor para pedirle perdón en nombre del pueblo por haber cometido una ofensa tan grave.

 

Dios siguió guiando a su pueblo a través del desierto. Y para tenerlo siempre presente entre ellos, Moisés levantó una tienda para el Señor, la puso fuera del campamento y la llamó la tienda del encuentro, porque allí se reunía él con Dios, para consultarle lo que debían hacer.

 

Moisés deseaba ver el rostro de Dios, pero el Señor le dijo que nadie podía ver su rostro sin morir. Después, Dios le mandó labrar otras dos losas como las anteriores.

 

Moisés subió de nuevo con las losas al monte Sinaí. Allí pasó cuarenta días y cuarenta noches. Ni comió pan ni bebió agua. Dios renovó la alianza que había hecho con su pueblo, y Moisés escribió en las losas el contenido del nuevo pacto de la alianza: los diez mandamientos.

 

Los israelitas seguían caminando por el desierto. Moisés, siguiendo las instrucciones de Dios, iba organizando la vida de aquel pueblo. Para dar cul­to a Dios, y hacer que nunca se olvidasen de que él los guiaba, Moisés mandó construir un santuario. Allí guardaron el arca de la alianza, donde estaban las Tablas de la Ley con los diez mandamientos.

 

Moisés pidió a todos los israelitas que colaborasen con todas las joyas, telas y otros bienes, y con su trabajo en la construcción de un santuario para dar culto a Dios. Pero fue tal la generosidad del pueblo, que Moisés tuvo que pedir que nadie entregara nada más porque ya había suficiente.

El santuario lo confeccionaron con diez cortinas de hilo fino de púrpura violeta, roja y escarlata, con unos querubines bordados. Cada cortina medía catorce metros de largo por dos de ancho. También tejieron once piezas de pelo de cabra para que sirvieran de cubierta al santuario. Para el interior utilizaron ocho tablones de madera de acacia. Revistieron de oro los tablones y los travesaños que había entre ellos, y emplearon muchas anillas de oro por donde pasaban los travesaños.

 

El arca la hicieron de madera de acacia, de ciento veinticinco centímetros de largo por setenta y cinco de ancho y setenta y cinca de alta. La revistieron de oro por dentro y por fuera. Fundieron oro para hacer cuatro anillas y las colocaron en los cuatro ángulos: dos a cada lado. Luego hicieron unos soportes también de madera de acacia, revestidos de oro, que metieron por las anillas para poder transportar el arca.

 

A continuación, fabricaron una mesa para colocar los panes que ofrecían a Dios en agradecimiento por los alimentos recibidos en el desierto. En ella pusieron un candelabro de seis brazos para colocar las siete lámparas: una en cada uno de los seis brazos y otra en el eje central.

 

También construyeron el altar para los sacrificios. Y un atrio que servía de entrada al santuario. Además, hicieron las vestiduras y los instrumentos con los que se iban a celebrar los ritos sagrados.

 

Moisés bendijo todo el trabajo que habían realizado los israelitas, al comprobar que se ajustaba a lo que Dios le había ordenado. El día de la consagración del santuario una nube cubrió la tienda del encuentro y la gloria del Señor llenó todo el santuario.

 

Esa nube era signo de la presencia de Dios guiando a su pueblo. De día era de color gris y de noche brillaba como el fuego. Cuando la nube se alzaba del santuario, los israelitas levantaban el campamento para realizar nuevas etapas de su camino.

 

Los israelitas tardaron cuarenta años en llegar a la tierra que Dios había prometido darles. Moisés murió cuando estaban a punto de entrar en ella. Antes de morir, se despidió de su pueblo y pidió a todos los israelitas que obedecieran siempre a Dios.

 

 

Un día Moisés reunió al pueblo de Israel y le dijo estas palabras:

 

- Ya he cumplido cienta veinte años y no pueda moverme. El Señor me ha dicho que yo no entraré en la tierra prometida, y que será Josué quien os dirija a partir de ahora.

 

Y llamando a Josué le dijo en presencia de todo el pueblo:

 

- Sé fuerte y valiente porque eres tú el que va a introducir a este pueblo en la tierra que tu Dios y Señor prometió dar a tus antepasados. El Señor estará contigo y nunca te abandonará. No tengas miedo.

 

El Señor dijo a Moisés que, como se acercaba el día de su muerte, quería que fuesen él y Josué a la tienda del encuentro. Allí se presentaron los dos y el Señor se les apareció en una columna de nube que se colocó a la entrada de la tienda. Dios dijo a Moisés:

 

- Mira, tú ya vas a descansar con tus antepasados, pero el pueblo me va a abandonar y se va a ir tras otros dioses, olvidándose de mí. Escribe un cántico para que recuerden cómo ha sido toda la historia de Dios con su pueblo. Y que ellos lo aprendan y se lo enseñen a sus hijos.

 

Moisés recitó el cántico delante de todo el pueblo. Al terminar de recitarlo les dijo:

 

- Estas son las palabras que os dejo como testamento: no adoréis a otros dioses y cumplid los mandamientos de Dios. Así viviréis y prolongaréis vuestra historia en la tierra que vais a empezar a poseer cuando atraveséis el Jordán.

 

Inicio

Indice