Parroquia Asunción de Nuestra
Señora de Torrent
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Charlas 2003-04: Tema I: El Evangelio según S. Lucas, Oración
A. ORAMOS
Monitor
La palabra “evangelio” procede de la lengua griega y significa “buena noticia”.
Pero no una buena noticia cualquiera, sino una buena noticia muy especial.
Denota un acontecimiento que, por su propia naturaleza, tiene fuerza suficiente
para transformar la vida de quien lo percibe. El “Evangelio” es “Buena Noticia”
en el sentido de que quien lo lee con los ojos de la fe y lo entiende, encuentra
en él la misma fuerza transformadora de Dios, capaz de cambiar radicalmente
nuestra vida. Para los cristianos la verdadera buena noticia, el verdadero
evangelio, es la persona de Jesús. Él es la “buena noticia” capaz de transformar
definitivamente nuestra existencia.
Durante este curso vamos a leer el evangelio según Lucas: introducirá cada una
de nuestras reuniones, dirigirá nuestra oración, nos servirá como punto de
referencia para revisar nuestra vida cristiana, personal y comunitaria, se
proclamará en la Eucaristía dominical, y nos animará a vivir nuestra fe con la
mirada puesta en Jesús, que nos guía y nos alienta.
Lector
LECTURA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS Lc 1,1-4
Ya que muchos se han propuesto componer un relato de los acontecimientos que se
han cumplido entre nosotros, según nos los transmitieron quienes desde el
principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, me ha parecido
también a mí, después de haber investigado cuidadosamente todo lo sucedido desde
el principio, escribirte una exposición ordenada, ilustre Teófilo, para que
llegues a comprender la autenticidad de las enseñanzas que has recibido.
(El monitor invita a realizar los tres momentos: lectura, meditación y oración).
Monitor
Presentemos al Señor, que siempre nos escucha, nuestra oración diciendo:
QUE TU EVANGELIO TRANSFORME NUESTRAS VIDAS
- Te pedimos, Señor, que tu evangelio marque el camino que debe recorrer nuestra
comunidad parroquial.
QUE TU EVANGELIO TRANSFORME NUESTRAS VIDAS
- Te pedimos, Señor, que sepamos acoger con alegría y gratitud tu palabra: que
ella vaya dibujando en nosotros tu rostro de Padre.
QUE TU EVANGELIO TRANSFORME NUESTRAS VIDAS
- Te pedimos, Señor, que también hoy nos sintamos visitados por tu amor y tu
ternura, y que nosotros sepamos transmitirlos a los demás.
QUE TU EVANGELIO TRANSFORME NUESTRAS VIDAS
(Oraciones libres)
PADRENUESTRO
B. CONOCEMOS
El evangelio de Lucas es uno de los evangelios que gozan de una fuerte
popularidad. El Jesús que fascina a muchos de nosotros por su humanidad, en la
que se revela la misericordia del Padre, es en gran parte el Jesús que Lucas
presenta; los temas espirituales predilectos de Lucas son capaces de señalar
todo un itinerario de vida cristiana. Seguramente conocemos de este evangelio
muchos más pasajes que de cualquier otro: los relatos de la infancia de Jesús
(anunciación a María, nacimiento de Jesús, presentación en el templo...), las
parábolas (el hijo pródigo, el buen samaritano, el fariseo y el publicano...),
los encuentros de Jesús con las personas (Zaqueo, los discípulos de Emaús, el
buen ladrón...), la predilección de Jesús por los pequeños, los pobres, los
niños, los pecadores, el papel tan importante que desempeñan las mujeres, etc.
Además, es uno de los evangelistas que más peso ha tenido en la construcción del
año litúrgico (fiestas de Navidad, Candelaria, Pascua, Ascensión,
Pentecostés...). Y es el evangelio que nos servirá como guía durante los
domingos del próximo año litúrgico. Vamos a estudiar algunos pasajes de este
evangelio durante este curso. Lo iniciamos hoy con una introducción a todo el
evangelio.
1. ¿Quién es Lucas?
No sabemos con exactitud quién fue el autor del tercer evangelio. La tradición
cristiana lo atribuye a Lucas desde finales del siglo II (San Ireneo). Lucas fue
uno de los compañeros de Pablo: éste lo nombra en tres ocasiones (Col 4,14; Flm
24; 2Tim 4,11). Según Col 4,10-11, Lucas no es judío y se le da el título de
“médico querido”.
Lucas viviría en la provincia romana de Acaya, que, geográficamente, se sitúa en
el sur de Grecia. Algún misionero cristiano, tal vez Pablo o algún discípulo
suyo, le anunciaría la buena noticia del Evangelio de Jesús. Ante este anuncio,
Lucas se siente seducido por Cristo y se decide a seguirlo; ha encontrado lo
único que es importante descubrir en la existencia humana: Cristo es el único
Señor de la vida.
Una vez incorporado a la comunidad cristiana, Lucas se propone escribir un
evangelio. Lucas no se propone realizar una descripción ni una biografía de
Jesús. Lucas cuenta a sus condiscípulos una experiencia de fe: “He descubierto
que Cristo es el Señor, y quiero anunciaros que tan sólo Él libera”. El
Evangelio no se estudia para conocer mejor a Jesús o para conocer más datos
referentes a su persona; se estudia para seguir a Cristo mejor; y siguiéndolo
mejor es como se lo conoce en profundidad.
2. ¿Cómo redacta Lucas su evangelio?
Los comentaristas afirman que el texto de Lucas se escribió entre los años
80-90. Hacía ya bastante tiempo que había transcurrido la vida pública de Jesús.
Y Lucas no podía inventarse los datos de la historia de Jesús. Por eso necesitó
informarse bien antes de proceder a la redacción del texto. Así lo dice el mismo
Lucas en el prólogo de su obra (1,1-4): “Puesto que muchos han intentado narrar
ordenadamente las cosas que se han verificado entre nosotros... he decidido yo
también, después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes,
escribírtelo por su orden...”.
Lucas dispone de numerosos elementos: la experiencia de su fe, la integración en
una comunidad cristiana concreta, numerosos datos sobre la persona de Jesús que
ha recogido en diversos ambientes, y finalmente una inmensa cultura. Con todos
estos elementos se propone escribir una gran obra teológica. En ella explicará
la salvación que Dios, a lo largo de la historia, ha ido revelando a todos los
hombres. La historia, desde la perspectiva de Lucas, no es una pura sucesión de
acontecimientos, sino el espacio donde se realiza el plan de Dios. Este plan
consiste en salvar a los hombres, y por eso la historia puede entenderse como
una historia de salvación. Esta gran obra de Lucas podemos dividirla en tres
grandes bloques:
a) El tiempo de Israel
Dios nos ha hablado desde siempre. El Antiguo Testamento nos relata la historia
de la relación de Dios con los hombres antes de la llegada de Jesús. La época de
Israel corresponde al tiempo de las promesas proclamadas por Dios en el AT. Este
período de la revelación de Dios lo resume Lucas en la genealogía de Jesús (Lc
3,23-28).
b) El tiempo de Jesús
El tiempo de Jesús es, para el pensamiento cristiano, el centro del tiempo y de
la Historia. Este tiempo nos lo describe Lucas a lo largo de los veinticuatro
capítulos de su evangelio. En Jesús hallan cumplimiento la profecía del AT y
todas las esperanzas de la humanidad.
c) El tiempo de la Iglesia
La cultura y la pretensión teológica de Lucas son muy amplias. No se limita a
escribir un solo libro, su evangelio. Escribe además otra obra, Los Hechos de
los Apóstoles, que es continuación del mismo Evangelio. En él nos narra el
tiempo de la Iglesia, el período en que la Palabra de Dios, gracias a la
predicación de los apóstoles, se extiende por todo el mundo: desde Jerusalén
hasta Roma y desde la Ciudad Eterna a los confines de la Tierra. Estas dos
obras, que formaban una unidad, se separaron cuando los cristianos desearon
disponer de los cuatro evangelios en un mismo códice, tal vez antes del año 150.
Toda la obra de Lucas gira, por tanto, alrededor de Jesús. El A.T. prepara su
venida. En el Evangelio se cumple la promesa. En el tiempo de la Iglesia se
expande la Palabra de Jesús hasta los confines de la Tierra.
3. Estructura del evangelio según Lucas
Atendiendo a la opinión de algunos comentaristas, el Evangelio de Lucas se
divide en tres grandes apartados:
a) Anuncio del reino a todo Israel empezando por Galilea (4,14-9,50)
Describe la actividad de Jesús en Galilea. A través de sus palabras y acciones
el misterio de su persona se va desvelando a Israel. Aunque muchos lo rechazan,
algunos deciden seguirlo como discípulos.
b) El gran viaje de Jesús a Jerusalén (9,51-19,28)
Constituye el centro del evangelio. Encontramos una extensa catequesis sobre
diversos aspectos de la vida cristiana. Jesús se dirige a sus discípulos en el
camino que conduce a la cruz, preparándolos para que vivan y anuncien el
evangelio después de la Pascua.
c) La narración de la Pasión y la Resurrección de Jesús (19,29-25-43)
Contiene el relato de la pasión y la resurrección de Jesús. Desde el punto de
vista de Lucas, este es el momento central de la historia de la salvación: hacia
él tiende el tiempo de Israel y de Jesús, y de él nace el tiempo de la Iglesia.
Estos tres grandes bloque van precedidos de dos fragmentos a modo de preludio:
Los relatos de la infancia de Jesús (1,5-2,52) y la predicación de Juan Bautista
y las tentaciones de Jesús en el desierto (3.1-4,13)
Son como un gran díptico en el que Lucas va colocando en paralelo la infancia y
la primera actividad de Juan Bautista y de Jesús para destacar la superioridad
de Jesús y el paso del tiempo de Israel (Juan) al tiempo de Jesús.
4. La persona de Jesús en el evangelio de Lucas
Lucas nos muestra a Jesús como el Señor. Lucas afirma que Cristo es el verdadero
Señor. El único en quien vale la pena creer, el único que salva; el único que en
la situación desesperada de la vida puede dar sentido a la existencia.
Jesús es el Señor que salva y libera. Aparece aquí un segundo aspecto de Jesús:
Él es el Salvador. Pero su salvación no se realiza desde el poder ni desde el
tener, ni tampoco desde la apariencia deslumbrante. Jesús es el Señor que salva
actuando desde la misericordia y la ternura con los pobres y los débiles.
La misericordia, a diferencia de la lástima, es la capacidad de entregar algo de
mí mismo a la pobreza del corazón del hermano para que éste crezca en humanidad.
Así es como actúa siempre Jesús: al corazón pobre de la pecadora, Jesús le
entrega el perdón; a la mirada deshecha de Pedro en las negaciones, Jesús la
llena con el consuelo; el sufrimiento desesperado del buen ladrón en la cruz el
Señor lo colma con la certeza del reino.
Cristo, el Señor, que libera desde la misericordia, se caracteriza,
especialmente en este evangelio, por una actitud constante de plegaria: el
contacto permanente y fiel con el Padre. En los momentos cruciales de su vida el
evangelio nos muestra a Jesús en actitud de profunda oración.
Destaca también en este evangelio la relación del Espíritu con la persona de
Jesús: es el hombre del Espíritu
5. Actitudes para pode comprender desde la fe el evangelio de la misericordia de
Dios
Dos personajes del evangelio de Lucas, Teófilo y María, que son ejemplo para la
comprensión de la salvación que Jesús nos otorga.
a) Teófilo
Teófilo significa en griego “amigo de Dios”. Lucas sitúa a Teófilo al inicio de
su evangelio (1,1-4) y en el comienzo del libro de los Hechos (1,1-5). El nombre
de “Teófilo” adquiere una fuerte connotación religiosa. Para comprender el
evangelio es necesaria la actitud interior de desear ser “amigo de Dios”. “Ser
amigo de Dios” no es otra cosa sino seguir a Jesús cargando con la cruz de cada
día. Sólo desde ese seguimiento radical de Jesús puede conocerse el verdadero
rostro de Cristo.
El Evangelio de Jesús no es nada si no significa el todo en la vida. El estudio
del Evangelio que no implica una vida de oración y una constante práctica de la
misericordia llevando la cruz de cada día, se convierte en un aprendizaje de
“datos” sobre Jesús que, a la larga, vacían nuestra vida de la auténtica
existencia a la que está llamada.
b) María
María es el ejemplo de la humildad y la pobreza necesarias para captar el
sentido profundo del Evangelio. Humilde es aquella persona que sabe mirarse a sí
mismo, a los demás y a las cosas, como realmente son, y no como le gustaría a él
que fueran. Humilde es aquel que, mirándose a sí mismo, no tiene miedo de su
persona y sabe discernir qué es aquello de lo cual ha de convertirse y qué es
aquello en lo que debe aceptarse.
Sólo la verdadera humildad permite el desapego de las riquezas y la opción por
los pobres. Aquel que no es humilde tiene necesidad de apegarse a muchas cosas
para poder vivir, y esas cosas hacen difícil la opción por el reino de los
cielos.
María y Teófilo nos han mostrado las virtudes imprescindibles para vivir el
Evangelio: la amistad con Dios, la humildad y la opción por los pobres. Sin
estas tres actitudes el Evangelio deja de ser “Buena Nueva” y se convierte en
una obra más de las que se editaron en el siglo I referida a un destacado
personaje histórico. Con estas actitudes vamos a acercarnos al evangelio de
Lucas. Solamente eso podrá hacernos comprender nuestro relato como “Buena
Nueva”.
C. REFLEXIONAMOS
Como hemos visto, el “Evangelio” es “Buena Noticia” en el sentido de que quien
lo lee con los ojos de la fe y lo entiende, encuentra en él la misma fuerza
transformadora de Dios, capaz de cambiar radicalmente nuestra vida. No es una
simple información sobre la vida de Jesús; quiere llegar a lo más profundo de
nuestra existencia y transformarla. Eso fue el Evangelio para Lucas y para
tantos cristianos a lo largo de la historia.
El descubrimiento de que Dios tiene un rostro de misericordia y que ese rostro
se manifiesta en Jesús que salva y libera ha supuesto un cambio radical para
muchos hombres y mujeres, que se han visto impulsados a compartir con otros esta
gran novedad.
Acercarse al Evangelio con ojos nuevos y con las actitudes de desear ser amigo
de Dios, de la humildad y la opción por los pobres nos permitirá redescubrir la
ilusión de seguir a Jesús y de aprender de Él, de ponernos en camino tras Él y
de realizar la experiencia de ser sus discípulos.
He ahí el reto que se nos propone este curso, un reto ilusionante que puede no
sólo cambiar nuestra existencia, sino la de nuestra comunidad parroquial.
D. NOS COMPROMETEMOS
1. ¿Qué lugar ocupa el Evangelio en nuestra vida? ¿Dedicamos tiempo al estudio
del Evangelio? ¿Lo leemos o lo escuchamos como algo siempre nuevo que ocurre en
el “hoy” de nuestra existencia con fuerza suficiente para transformarla? ¿Cambia
nuestra vida el Evangelio?
2. Como Lucas, ¿siento el impulso de compartir con otros la fuerza
transformadora del Evangelio? Lucas escribió un libro, ¿cómo podemos transmitir
a otros esa experiencia?
3. ¿Con qué actitudes nos acercamos al Evangelio? ¿Qué buscamos en él? ¿Nos
sentimos reflejados en las figuras de María y Teófilo? ¿Qué debemos hacer para
que nazcan en nosotros estas actitudes?
TEMA 2: LA OPCIÓN POR LOS POBRES
A. ORAMOS
Monitor
Iniciamos la lectura de algunos pasajes del evangelio de Lucas con la parábola
del buen samaritano (Lc 10,25-37). Este pasaje se halla situado en el interior
de la narración del viaje de Jesús desde Cafarnaún a Jerusalén. Como la mayoría
de fragmentos de esta sección, esta parábola pretende darnos una enseñanza.
Quiere ayudarnos a descubrir quién es nuestro prójimo y explicarnos la manera
cristiana de comportarnos con él.
Esta parábola está rodeada en el evangelio de textos referidos a la oración:
“Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10,2); la oración de
Jesús dando gracias al Padre a la vuelta de la misión de los discípulos: “Yo te
alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a
los sabios y entendidos y se las has dado a conocer a los sencillos” (Lc 10,21);
la narración de Marta y María (Lc 10,38-42); la enseñanza del Padrenuestro y las
instrucciones de Jesús sobre cómo debe ser nuestra oración (Lc 11,1-11).
La posición de la parábola entre todos estos textos referidos a la oración nos
enseña que, para descubrir la realidad de nuestro prójimo y ser capaces de ver
en él a Jesús que sufre, es necesaria una vida de oración. Una vida acostumbrada
a ver la realidad de los hombres y de las cosas con los ojos de Dios. Orar en la
Biblia implica también el análisis de la realidad, la confrontación, la lectura
creyente de los hechos, la denuncia profética, etc.
Cuidemos este tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de oración para que se
abran los ojos de nuestro corazón y sepamos descubrir las necesidades de los
hombres, nuestros hermanos, tal como nos enseña esta parábola.
Lector
LECTURA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS Lc 10,25-37
Se presentó un maestro de la Ley y le preguntó para ponerlo a prueba:
-Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
Él le dijo:
-¿Qué esta escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?
Él contestó:
-Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus
fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.
Él le dijo:
-Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:
-¿Y quién es mi prójimo?
Jesús dijo:
Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo
desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por
casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y
pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo, dio
un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de viaje, llegó a donde
estaba él y, al verlo, sintió misericordia, se le acercó, le vendó las heridas,
echándole aceite y vino y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una
posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero,
le dijo: Cuida de él y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.
¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de
los bandidos?
Él contestó:
-El que practicó la misericordia con él.
Jesús le dijo:
-Anda, haz tú lo mismo.
Palabra del Señor
(El monitor invita a realizar los tres momentos: lectura, meditación y oración)
Monitor
Oremos al Dios de la misericordia y pidámosle que nos ayude a ser sensibles a
las necesidades de los hombres, diciendo:
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN ATENTO A LAS NECESIDADES DE TODOS
- Por los que sufren la violencia, las guerras, el terrorismo, las luchas
fratricidas o cualquier clase de actos que perturban la paz. Por aquellos que
las provocan, para que, siendo todos hijos de Dios, aspiremos a vivir en la Paz
que tu Hijo nos dejó.
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN ATENTO A LAS NECESIDADES DE TODOS
- Por los que pasan hambre, por los que sufren la injusticia, por los que son
víctimas de los derechos más elementales del ser humano. Que sepamos ser
profetas en medio de la injusticia y seamos tu voz que clama justicia en esta
tierra.
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN ATENTO A LAS NECESIDADES DE TODOS
- Por los enfermos, los solitarios, los marginados, los inmigrantes y los
olvidados por nuestra sociedad. Que sepamos estar a su lado y dar de lo nuestro
para que crezcan ellos también en humanidad.
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN ATENTO A LAS NECESIDADES DE TODOS
- Por el área de Cáritas, para que el Señor le ayude en su misión de animar a la
comunidad a descubrir el rostro de Cristo en los más pobres, a potenciar
acciones concretas en los sectores en los que todavía no estamos presentes y a
sensibilizarnos en la comunión cristiana de bienes.
.
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN ATENTO A LAS NECESIDADES DE TODOS
(Oraciones libres)
PADRENUESTRO
B. CONOCEMOS
La misericordia es una de las características que define a Dios. Ya en el AT
encontramos expresiones como esta: El Señor es compasivo y misericordioso, lento
a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos
paga según nuestras culpas (Sal 102,8-10). Ese es el rostro de Dios que se
manifiesta en Jesús. Y a ese Dios de la misericordia lo encontramos en la medida
en que hacemos nuestra su misma actitud y actuamos con misericordia con los
demás: cada vez que nos acercamos al dolor de los hermanos.
Un entendido que ha dedicado toda su vida al estudio de la Palabra de Dios
plantea a Jesús una pregunta que él debería conocer por sus estudios. La
respuesta de Jesús, en forma de pregunta (¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees
en ella?), obliga a este maestro a recitar lo que ya en la Ley se contenía:
Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todo tu
ser. Y al prójimo como a ti mismo.
El problema está en saber quién es mi prójimo. Los judíos distinguían muy bien
entre prójimo y extraño, es decir, personas que para ellos no son prójimo;
prójimo es todo miembro del pueblo de Dios.
En el análisis de la parábola vamos a ir de personaje en personaje para aprender
mejor lo que el Señor nos quiere enseñar.
1. Los bandidos
El camino que va de Jerusalén a Jericó era, en tiempos de Jesús, muy inseguro.
Una de las razones de la gran presencia de malhechores era el continuo
empobrecimiento al que se veían sometidas las clases más desfavorecidas de la
población, debido a la cantidad de impuestos que los judíos debían pagar a los
romanos.
Si aquellos hombres eran ladrones no se debía sólo a una maldad intrínseca que
hubiera en el interior de sus personas. El hecho de convertirse en ladrones
venía provocado por una situación social fuertemente injusta y el desgobierno de
unos dirigentes que buscaban ante todo su propio enriquecimiento.
2. El sacerdote
En tiempos de Jesús, un hombre era sacerdote no por vocación, sino por
nacimiento: se debía pertenecer a la tribu de Leví y descender de la familia de
Aarón. Su función, en general, se reducía a trabajar durante dos semanas al año
en el Templo y a asistir, además, a las funciones más solemnes del culto,
especialmente en Pascua. Durante el resto del año vivían en su pueblo natal
trabajando en un oficio concreto.
La actitud del sacerdote respecto del hombre malherido nos la presenta el texto
mediante el uso de dos expresiones: ...al verlo, dio un rodeo y pasó de largo...
- Al verlo...
La significación es muy sencilla. El sacerdote “vio con sus ojos”, es decir, se
dio cuenta perfectamente del estado en que se encontraba aquel hombre malherido.
-...dio un rodeo y pasó de largo.
El sacerdote se ha dado perfecta cuenta de la situación del hombre malherido, se
ha acercado, lo ha observado por delante y por los lados, pero, a pesar de
haberlo contemplado yaciendo en el suelo, lo abandona y se marcha.
El sacerdote conocía la Ley y sabía lo que es la misericordia: abandonó aquel
hombre seguramente no por malicia moral o por maldad, ni probablemente por
comodidad, sino porque si lo tocaba quedaba impuro, sin posibilidad, por tanto,
de oficiar el culto litúrgico.
3. El levita
Los levitas eran aquellas personas que ayudaban en los oficios religiosos del
Templo de Jerusalén. Al igual que los sacerdotes, los levitas lo eran por
nacimiento: los descendientes de la tribu de Leví que no procedían de la familia
de Aarón ni de Sadoc. Vivían en su pueblo ejerciendo una profesión y ayudaban en
los oficios del Templo durante quince días al año y en las fiestas más
señaladas.
Lucas describe la actitud del levita con las mismas palabras del sacerdote
¿Qué ha sucedido en el corazón del sacerdote y del levita para que abandonen a
aquel hombre junto al camino? Podemos suponer que eran excelentes personas, pero
que vivían aferradas al cumplimiento externo de la Ley. La sociedad en la que
vivían y la forma de vida religiosa que practicaban les había inculcado que era
más importante “no tocar sangre” que “practicar la misericordia con el
desvalido”. En su calidad de sacerdotes y levitas servían a Dios, eran personas
que encarnaban el precepto del amor a Dios. Pero ¿y el amor al prójimo? Ellos
separaban entre culto y misericordia.
4. El samaritano
Los samaritanos, habitantes de la provincia de Samaria, situada en el centro de
Palestina entre Galilea y Judea, eran considerados por los judíos como gente
baja y poco religiosa.
El samaritano también ve al hombre asaltado. Pero su actitud es radicalmente
distinta: al ver al hombre herido siente misericordia. El samaritano no se
limita a tener un simple sentimiento de “lástima” ante el dolor ajeno: añade una
acción en favor de aquel hombre que sufre que llenará “la pobreza del corazón
del hermano”; será pura misericordia.
Fijémonos en que no entrega al herido cosas maravillosas o extraordinarias. Le
da algo de lo que tiene. Esto es importante: en ocasiones no ayudamos a los
demás porque nos parece poco lo que podemos hacer por ellos; y eso casi siempre
paraliza nuestro camino hacia la solidaridad. Recordemos que la misericordia es
la capacidad de dar algo de lo nuestro, o mejor darnos a nosotros mismos, para
remediar la pobreza del corazón del hermano.
5. El hombre herido
El hombre asaltado por los bandidos, en el contexto de la parábola del buen
samaritano, representa el sufrimiento de cualquier hombre maltratado por la
opresión y la injusticia. Pero también es una metáfora de la persona de Jesús,
azotado en la columna antes de su crucifixión. El rostro de Jesús torturado se
nos revela en el rostro sufriente de cada persona que nos sale al encuentro en
el camino de nuestra vida. Cristo se nos aparece en los pobres y en los que
sufren. He ahí un momento privilegiado en el que Jesús resucitado se presenta en
el camino de nuestra vida.
En esta parábola se oponen claramente legalismos y amor. Y Jesús defiende este
último. La enseñanza es clara: no existen leyes o normas morales o sociales que
permitan una desatención al necesitado. El amor es la norma suprema de nuestra
conducta. La vida del cristiano sólo tiene sentido a la luz del amor. El Señor
justifica así una vida de entrega a los demás, a los que sufren, a los
necesitados, a los pobres, a los que ansían amor y no lo encuentran. Se
justifica y se pone como modelo la actitud de quien da su vida por los que ama.
C. REFLEXIONAMOS
El Dios que nos da a conocer Jesús en el evangelio de Lucas es el Dios de la
misericordia, el Dios que tiene un corazón compasivo y misericordioso, que acoge
preferentemente a los pobres, a los marginados, a los enfermos, el Dios que nos
ha visitado en su Hijo Jesucristo.
Creer en un Dios así debe cambiar nuestra percepción del mundo y de las personas
que nos rodean, ayudándonos a descubrir tanto las raíces profundas de la pobreza
y de la marginación que existe a nuestro lado, como las causas que nos impiden
hacernos prójimos de los demás. Creer en el Dios de la misericordia supone
cambiar nuestro corazón, convertirnos, y cambiar las estructuras injustas que
favorecen las injusticias.
Buscamos razones y excusas para no hacer ni lo uno ni lo otro: creemos que el
mal está siempre en el otro, en su forma de ser o de actuar (es un inmigrante
que no trabaja porque no quiere, o es un marginado que ha escogido libremente
esa forma de vivir, o es un gitano que nunca cambiará...); o que tenemos cosas
más importantes de las que ocuparnos, como el sacerdote o el levita; o que es
muy poco lo que podemos hacer para cambiar la situación de necesidad que existe
en nuestro mundo (eso depende de los gobernantes, de los que tienen el
dinero...).
La parábola del buen samaritano desmonta todas esas razones: no vale ninguna
excusa ante el hermano que sufre, no podemos dar un rodeo y pasar de largo; no
se puede separar el amor a Dios del amor al prójimo. Al mismo tiempo, nos urge a
que nos acerquemos a los más pobres y practiquemos la misericordia, demos de lo
nuestro para que el otro pueda crecer en humanidad. ¡Cuántas ocasiones tenemos
de atender a los que encontramos en el camino: familiares enfermos, ancianos que
se sienten solos, pobres, parados o drogadictos! Algunos necesitarán ayuda
económica, y deberemos practicar con ellos la limosna; otros, nuestro tiempo,
una mano tendida, una palabra amiga. Al que encontramos en nuestro camino es,
por ejemplo, un hijo en edad difícil, un amigo con problemas, un familiar menos
afortunado, un enfermo a quien nadie visita.
La opción por los pobres debe ser un distintivo de toda comunidad cristiana y de
todos y cada uno de los cristianos: sólo así podremos dar a conocer al mundo,
como Lucas, al Dios de la misericordia que ama y acoge a los pobres.
D. NOS COMPROMETEMOS
1. ¿Hemos experimentado la misericordia de Dios en nuestra vida? ¿Creemos de
verdad que a Dios se le “conmueven las entrañas” ante el dolor y la injusticia,
sean nuestros o de los demás?
2. ¿Nos comportamos a veces como el sacerdote o el levita? ¿Cuáles son nuestras
razones o excusas para comportarnos así?
3. Aunque en teoría sabemos de sobra que todos los hombres son nuestros
prójimos, ¿de qué personas nos cuesta más “hacernos prójimos”? ¿Por qué?
4. ¿En qué compromisos concretos podemos personal o comunitariamente manifestar
nuestra opción por los más pobres?
TEMA 3: MARÍA
A. ORAMOS
Monitor
Estamos en pleno tiempo del Adviento, un tiempo de espera y de esperanza: de
espera, porque aguardamos la venida del Señor Jesús, el que se hizo hombre en
las entrañas de María y nació pobre en Belén, como celebraremos dentro de poco
en la Navidad; y de esperanza porque Dios está también al final de la existencia
de cada uno de nosotros y del mundo entero, y Él dará sentido a todo lo bueno
que hay, llevándolo a plenitud en Jesucristo, su Hijo.
Una de las figuras centrales del Adviento es la Virgen María. Lucas es el que
más espacio dedica a María, y lo hace fundamentalmente al narrar la infancia de
Jesús (Lc 1-2). Lucas nos presenta la figura de María como el mejor ejemplo de
quien ha sabido encarnar y vivir el proyecto de Jesús. Ella es la “llena de
gracia” que engendra en sus entrañas la liberación de Dios entre los hombres.
Ella ha recorrido el camino cristiano y ha experimentado en plenitud las
maravillas de Dios. La teología cristiana nos enseña que María fue concebida sin
pecado original. En esa concepción recibió el perdón y la curación del Dios de
la misericordia. A los pies de la cruz se encontró con el rostro de los pobres,
reflejado en el cuerpo de su hijo que padecía en el patíbulo. En el cenáculo,
orando con los discípulos, experimentaba la certeza de la nueva vida del Señor.
Vamos a leer el relato de la anunciación a María; vamos a contemplar el misterio
de su vocación. Que, al escucharlo, vayamos descubriendo cómo el Señor quiere
contar también con nosotros para seguir haciendo presente su plan de salvación
entre los hombres. Que la Virgen María nos sirva, además, como modelo de lo que
debe ser nuestra respuesta a Dios.
Lector
LECTURA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS Lc 1,26-38
A los seis meses el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una Virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la Virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
-Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
-No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se
llamará Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel:
-¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?
El ángel le contestó:
-El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu
pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de
seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
María contestó:
-Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Y la dejó el ángel.
Palabra del Señor
(El monitor invita a realizar los tres momentos: lectura, meditación y oración)
Monitor
Oremos al Señor, que ha mirado la humillación de María y la ha escogido por
Madre de su Hijo, y digámosle:
QUE, COMO MARÍA, SEPAMOS ACEPTAR TU PALABRA, SEÑOR
1. Por el Papa Juan Pablo, por nuestro obispo Agustín, por nuestros sacerdotes
D. Miguel, D. Javier, D. Rafael y D. José, por nuestro seminarista Jesús, por
las comunidades de Dominicas y Trinitarias. Que a imitación de María, sepan
anunciar las maravillas que Dios realiza en el mundo y en cada persona.
QUE, COMO MARÍA, SEPAMOS ACEPTAR TU PALABRA, SEÑOR
2. Por los pobres, los enfermos, los presos, los inmigrantes, los marginados de
nuestra sociedad. Que experimenten, como María, la cercanía del Dios que les
mira y les visita en su dolor, y que nosotros sepamos llevarles la alegría del
Dios que les salva.
QUE, COMO MARÍA, SEPAMOS ACEPTAR TU PALABRA, SEÑOR
3. Por nosotros y nuestra comunidad parroquial. Que en la preparación de la
Navidad aprendamos de María a saber esperar al Señor y a cumplir siempre su
voluntad.
QUE, COMO MARÍA, SEPAMOS ACEPTAR TU PALABRA, SEÑOR
4. Por el área de Evangelización, para que renueve constantemente su vocación de
ser el rostro y “la sonrisa de la parroquia”, fiándose de la promesa del Señor
que “siempre estará con nosotros”.
QUE, COMO MARÍA, SEPAMOS ACEPTAR TU PALABRA, SEÑOR
(Oraciones libres)
PADRENUESTRO
B. CONOCEMOS
A la luz del pasaje de la anunciación describamos las etapas de la vocación de
María.
a) Dios nos ha amado primero
En el proceso vocacional de María la iniciativa está en manos de Dios: el ángel
es enviado por Dios a María. Cuando el ángel se dirige a María comienza
invitándola a llenarse de alegría y le comunica la certeza del amor de Dios: el
Señor está contigo. El Altísimo se ha adelantado a dirigirse a María y le ha
comunicado que está con ella. Dios le hace saber que Él es quien la ha amado
primero; ésa es la razón profunda por la que María puede exultar de gozo.
b) Las palabras del ángel
El ángel llama a la virgen de Nazaret por su propio nombre: María. La llamada
del Dios liberador provoca respeto en quien la recibe, pero nunca pavor ni
pánico. La voz del ángel quiere suscitar en María la confianza, de ahí las
palabras: No temas. Dios comunica paz a quien acepta su liberación.
María, por mediación del ángel, ha aprendido que Dios la conoce por su propio
nombre y que ha puesto en ella su confianza. Pero también escucha con respeto el
proyecto que Dios ha ideado para ella. La llamada de Dios es un don, pero
también impone respeto. Dispone ante María el desafío de emprender el mismo
camino de Cristo.
c) El temor de María
Después de la grata sorpresa de saberse privilegiada del Señor, María
experimenta el temor y el respeto ante el proyecto divino. No entiende cómo Dios
puede pedirle algo inaudito: ¿Cómo sucederá eso si yo no conozco varón?. María
ante la grandeza divina descubre la pequeñez de sus propios límites. María, al
oír el proyecto concreto de Dios para su vida, se da cuenta de que sus fuerzas
humanas son insuficientes para llevarlo a buen puerto. María experimenta el
respeto ante Dios, se da cuenta de que por sí sola no se basta.
d) La fuerza de Dios
Los proyectos de Dios no salen adelante con las solas fuerzas humanas: triunfan
con la misma fuerza de Dios, es el mismo Dios quien le proporciona la fuerza
para llevarlo a cabo. Dios está con María: El Espíritu Santo bajará sobre ti y
la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será
santo y se llamará Hijo de Dios... porque para Dios nada hay imposible. María
experimenta la confianza de sentirse cubierta por la presencia del Altísimo, y
desde esa plenitud llevará adelante el proyecto de Dios: dar a luz a quien es la
misericordia de Dios entre los hombres.
e) La respuesta de María
Con la ayuda de Dios la respuesta de María es transparente: hágase en mí según
tu palabra. María se pone en manos de Dios y pide al Altísimo que su palabra la
transforme. María es el ejemplo de quien se deja modelar por la Palabra. El que
se deja moldear por la Palabra experimenta la certeza de que “para Dios nada hay
imposible”. María puso sus límites en manos de la Palabra de Dios, y aquella
virgen dio a luz al Salvador por el poder mismo de la Palabra.
Una vez descritas las etapas de la vocación de María, sepamos cómo la llamada
del Señor resonó en su corazón: el Magníficat (Lc 1,46-55) nos describe, desde
el corazón de María, su respuesta a la llamada de Dios.
La experiencia de Dios anunciada por María en el Magníficat refleja plenamente
la experiencia de Dios tenida por el pueblo de Israel. El eco de la voz de Dios
en el interior de María permite discernir la vivencia de Yahvé experimentada por
Israel a lo largo de su historia. Una historia que es respuesta a la voz de Dios
que suscita en Israel el deseo de santidad: ...sed santos como vuestro Dios es
santo, recuerda a menudo el AT. En el interior de María y en el corazón de
Israel actúa un Dios personal que ama y libera. Veamos cómo es ese Dios (sería
conveniente proclamar en este momento el magníficat):
a) El Dios que salva
La experiencia religiosa se sostiene en una certeza de fe: “... el Señor nos ha
liberado de Egipto con mano fuerte y brazo poderoso” (Dt 6,20-23; 26,5-9). Dios
salva porque libera. María, como Israel, se siente salvada y liberada por Dios.
El Señor la hizo suya de la misma manera que constituyó a Israel como pueblo de
su heredad (Ex 6,7).
b) Dios salva desde la gratuidad
Yahvéh eligió a Israel como posesión personal suya, un pueblo pequeño, una
nación de la que podía recibir pocas cosas a cambio de la elección. El Dios de
Israel actúa gratuitamente. Cuando llama no es para obtener beneficios a cambio.
Nos llama para llenarnos, como a María, de su gracia y de su ternura.
En el momento en que Dios llamó a Israel lo constituyó en servidor. Un siervo es
aquel que participa de la dimensión liberadora de Dios. María es la sierva del
Señor, aquella que participará de una manera privilegiada de la gran liberación
de Dios a favor de los hombres: la encarnación, la muerte y la resurrección de
Jesús.
c) El Dios que realiza grandes maravillas
Yahvé es el Dios que liberó a Israel de Egipto, pero su misión no concluyó con
este acontecimiento. Dios acompañó a su pueblo liberado y realizó constantes
maravillas. Los profetas recordarán la santidad de Dios (Is 6), el amor
constante e indefectible de Dios por su pueblo (Os 1-3), la fidelidad permanente
de Dios a sus promesas (Mi 7,20). Expresiones, todas ellas, que aparecen en el
Magníficat.
Los escritos sapienciales, y especialmente los salmos, nos mostrarán el amor
delicado del Señor a favor de su pueblo y de cada israelita en concreto (Sal
89,11; 103,17; 11,9). María, recogiendo la plegaria del Salterio nos recuerda:
“...su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
El libro de Job (5,11) comenta la proximidad de Dios al sufrimiento de los
doloridos y a los que buscan a Dios sinceramente. Samuel describirá la ayuda
constante del Señor a los humildes, los débiles, los que se acercan a Dios como
refugio seguro (1Sa 1,11; 2,1-10). El Magníficat recoge, en su texto, la
referencia a estos libros. Al igual que con Israel, Dios ha centrado su atención
en la humildad de María, su sierva.
C. REFLEXIONAMOS
María es el modelo fiel de lo que debe ser el cristiano. A la luz del pasaje de
la anunciación intentemos descubrir también las etapas de nuestra propia
vocación.
También nuestra vida cristiana es siempre una respuesta a la voz de Dios que nos
llama primero. Dios nos ha amado antes de que naciéramos y lo conociéramos: Él
nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo (Ef 1,4). La opción
cristiana es la respuesta positiva del hombre a la voz de Dios que lo llama y lo
ama el primero.
Dios nos conoce a cada uno de nosotros personalmente. Él nos ha engendrado. Ante
Dios no somos un número, ni siquiera una cosa más entre tantas. Cuando Dios nos
llama, lo hace desde el conocimiento personal y nos infunde su confianza. Pero
aquello a lo que Dios nos llama no es una simpleza. Dios nos llama a seguir el
evangelio de Jesús, y eso, como sabemos todos, no es fácil. La llamada de Dios
es un don, pero también impone respeto. Dispone ante nuestra mirada el desafío
de emprender el mismo camino de Cristo.
Cuando percibimos la llamada de Dios nos sobrecoge el misterio. Es entonces
cuando de veras captamos nuestros límites: nuestras fuerzas humanas son
insuficientes para llevarlo a buen puerto. Los proyectos de Dios no salen
adelante con las solas fuerzas humanas: triunfan con la misma fuerza de Dios, es
el mismo Dios quien le proporciona la fuerza para llevarlo a cabo.
La vida cristiana es el camino que se recorre en pos de los pasos de Cristo.
Pero también es la serena certeza de experimentar la constante transformación
que la Palabra de Dios, calladamente, va obrando en nosotros. Cristiano es aquel
cuya vida ha sido forjada por la Palabra de Dios. El Señor, con los cinceles de
su Palabra, va puliendo nuestra vida para que seamos imagen viva de su Hijo.
D. NOS COMPROMETEMOS
1. ¿Qué lugar ocupa la Virgen María en nuestra vida cristiana? ¿Cómo nos ayuda
la figura de María a entender mejor lo que significa seguir a Jesús?
2. ¿Sentimos lo que hacemos como respuesta a la propuesta de Dios en nuestra
vida?, ¿En qué aspectos concretos de nuestra vida experimentamos su amor y su
llamada?
3. ¿Cómo intentamos descubrir en nuestra vida la voluntad de Dios? ¿Somos
conscientes de nuestros límites? ¿Nos fiamos de nuestro Dios?
TEMA 4: LA HUMILDAD
A. ORAMOS
Monitor
Hemos celebrado, no hace mucho, la fiesta de la Navidad. Estamos en la primera
parte del tiempo ordinario, entre el final de la Navidad y el inicio de la
Cuaresma. Este es el tiempo de la Iglesia, no hay grandes fiestas, ni grandes
acontecimientos litúrgicos. SE nos propone desde la humildad ir concretando en
nuestra vida lo que hemos celebrado: “El Dios-con-nosotros”.
Vamos a centrarnos pues en la humildad. En el evangelio de Lucas hay una
parábola en la que Jesús nos enseña qué es la humildad: la parábola del fariseo
y del publicano (Lc 18, 9-14). Esta parábola se sitúa en el viaje de Jesús a
Jerusalén. Como vimos en el primer tema, en le Evangelio de S. Lucas esta larga
travesía además de física, e sun itinerario espiritual, en el que Jesús se
dedicada principalmente a enseñar a sus discípulos, intentando modelar la figura
del verdadero creyente.
Nosotros somos esos discípulos que siguen a Jesús en su camino a Jerusalén:
dejemos que su palabra vaya modelando en nosotros la misma figura de Jesús;
aprendamos de Él, que es manso y humilde corazón.
Lector
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS Lc 18,9-14
A algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y
despreciaban a los demás, les dirigió esta parábola:
-Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano.
El fariseo se plantó y se puso a orar en voz baja de esta manera: “Dios mío, te
doy gracias porque no soy como los demás: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco
como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que
gano”.
El publicano, en cambio, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar los
ojos al cielo; no hacía más que darse golpes en el pecho, diciendo: “¡Dios mío!,
ten misericordia de este pecador”.
Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se
enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
Palabra del Señor
(El monitor invita a realizar los tres momentos: lectura, meditación y oración).
Monitor
Presentemos nuestras oraciones a Dios, que derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes, y pidámosle:
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN HUMILDE
1. Señor, danos la capacidad de mirarnos a nosotros mismos, a nuestra comunidad
parroquial y a cada uno de nuestros grupos, y aceptarnos y descubrirnos tal como
somos, para que podamos transformar nuestra propia realidad.
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN HUMILDE
2. Señor, líbranos de tener un corazón orgulloso y pagado de sí mismo, para que
no despreciemos a los demás y esperemos de ti la misericordia que nos puede
justificar.
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN HUMILDE
3. Señor, ayúdanos con tu gracia para que podamos vivir la humildad desde una
clara opción por los más pobres y necesitados.
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN HUMILDE
4. Señor, te pedimos por todas las acciones de nuestra comunidad que pasan más
desapercibidas: Sta Marta, secretaría, el Sacristán, ... concédeles redescubrir
cada día en ti la alegría de servir.
DANOS, SEÑOR, UN CORAZÓN HUMILDE
(Oraciones libres)
PADRENUESTRO
B. CONOCEMOS
El fariseo y el publicano van a orar al templo: no van a encontrarse con Dios en
un lugar cualquiera. El Templo representaba el centro del judaísmo:
representaba, de un modo visible, la presencia misma de Dios en medio de su
pueblo. Por tanto, el fariseo y el publicano presentan al Señor su plegaria en
el mismo ámbito de la presencia divina. Su plegaria ante el Señor tiene la
connotación de que quiere ser una oración realizada muy cerca de la presencia
misma de Dios.
a) El fariseo
Los fariseos constituían un grupo religioso importante en la época de Jesús.
Ellos observaban la corrupción galopante de la sociedad. No veían ninguna salida
a esta situación a no ser por una intervención directa de Dios en la historia
humana. Por ello intentaban convencer a Dios para que mandara un redentor, un
mesías. Lo hacían con un método peculiar: el cumplimiento estricto y escrupuloso
de las normas legales.
Ellos eran especialmente escrupulosos en el cumplimiento de estas tres leyes:
- La observancia meticulosa del sábado.
- La ley de pureza en los alimentos y en las relaciones con las personas y
cosas.
- El pago escrupuloso de los diezmos.
Las obras de bien debían igualar delante de Dios a las posibles faltas
cometidas. La obsesión por el cumplimiento preciso de los pormenores de la Ley,
daba lugar a que los fariseos se separaran del resto de la gente. La palabra
fariseo significa separado.
Básicamente, los puntos débiles de la espiritualidad farisea son tres:
- Su vida espiritual tendía a quedarse en lo exterior.
- Como hacer todo lo mandado por la Ley era una tarea difícil, no al alcance de
todas las personas, los fariseos se creían superiores a los demás y despreciaban
al resto de la población, a la que tenían por inculta e impía.
- La negación de la propia responsabilidad. Los fariseos observaban la miseria
de la vida cotidiana, pero hacían poca cosa por remediarla. Se limitaban a pedir
a Dios que interviniera y que Él pusiera remedio al dolor de los hombres. Era
una espiritualidad que se evadía de la realidad del sufrimiento humano, y ponía
la solución sólo en la intervención divina.
b) El publicano
Los publicanos eran los encargados de cobrar los impuestos. Además, los
publicanos habitualmente exigían a la gente más de lo debido con la finalidad de
enriquecerse a sí mismos. Contaban con el respaldo militar, con el que podían
extorsionar a las gentes.
Un publicano era pecador por triple motivo:
- Extorsionaba al pueblo cobrando impuestos excesivos, y practicaba la
injusticia sometiendo a la población insolvente a la esclavitud.
- Era un colaboracionista del poder romano, con lo que ayudaba a la continua
erosión y decaimiento de la fe judía.
- Gracias al cobro de impuestos se mantenía firme el poder romano en Palestina.
La presencia de una potencia extranjera en Israel provocaba, según los fariseos,
que a los ojos de Dios el país judío apareciera como un lugar impuro. Y por eso
Dios retrasaba el envío de un Mesías y la instauración de su reino.
El pueblo aborrecía a los publicanos por su actitud casi siempre injusta. Eran
considerados colaboracionistas del poder romano y opresores del pueblo. Se los
expulsaba de los ambientes judíos y de la relación con el culto. No les estaba
permitido participar en la liturgia sinagogal, ni en las fiestas religiosas de
la fe israelita.
Vamos a fijarnos ahora en la actitud de humildad u orgullo de cada uno de los
personajes.
a) Actitud del fariseo
La actitud de su plegaria se caracteriza por su autosuficiencia y se dirige en
dos direcciones: hacer notar las faltas de los demás y destacar las obras de
piedad externa que él mismo realiza.
- Autosuficiencia: Dios mío, te doy gracias por no ser como los demás...
Esta oración refleja un orgullo muy refinado; podríamos parafrasearla diciendo:
“Dios mío, te doy gracias porque yo mismo, sin necesitarte a ti para nada, y
únicamente con mi esfuerzo ascético personal, he conseguido a llegar a ser lo
que soy”. Este fariseo ha llegado a ser perfecto exteriormente, pero no se ha
convertido interiormente; se ha pasado la vida luchando por la perfección, sin
buscar el deseo de la santidad.
- Las faltas de los demás
Su orgullo y el pensar que lo que él es, se lo ha ganado con su esfuerzo, le
hace incapaz de descubrir su propio pecado y de aceptar el de los demás.
Contempla a los otros como competidores en el camino de la perfección; y los
desprecia porque son ladrones, adúlteros e injustos.
- Destaca las obras externas de piedad
Cumple bien y con escrupulosidad los pormenores de la Ley. Pero no se contempla
a los ojos de Dios. El fariseo olvida pronto a Dios; lo que importa es el yo. Es
incapaz de discernir en sí mismo aquello de lo que debe corregirse y comprender
aquello en lo que debe aceptarse. Lucha por la perfección pero su corazón está
cerrado a la misericordia de Dios. Se constituye orgullosamente en un ser
aparte.
b) Actitud del publicano
Sus palabras son más escuetas pero más elocuentes que las del fariseo:
Se muestra, en sus gestos, consciente de su culpabilidad personal. El publicano
no rehuye su responsabilidad personal frente a la situación de dolor que el
sistema impositivo ha generado en todo Israel.
El publicano siente respeto y miedo ante Dios, sabe que Dios no permanece
indiferente ante el mal que causamos culpablemente a los hombres.
Al abrir su corazón descubre un pecado muy profundo: el cobro de impuestos
desorbitados, el uso de la fuerza para extorsionar al débil, la situación de
país conquistado sufrida por los judíos. Las leyes humanas justificaban el
proceder de los recaudadores, pero el publicano sabe que su proceder ante Dios
no tiene justificación alguna. Pide a Dios lo único capaz de cambiar
radicalmente su existencia, que no es otra cosa sino la misma misericordia de
Dios. Él no puede por sí solo romper el círculo vicioso en que se encuentra:
necesita abrir su corazón a Dios y que Él intervenga.
c) Respuesta de Jesús
Sólo quien abre su corazón a Dios puede recibir su misericordia. La gracia de
Dios no suple la responsabilidad humana. Dios siempre está a nuestro lado
dispuesto a derramar su misericordia en nuestra vida, pero de nosotros depende
abrir confiadamente nuestro corazón a su Palabra. Eso significa “el que se
humilla será ensalzado”, el que abre su vida sinceramente ante Dios, recibe su
perdón, y el perdón hace posible la vivencia de una existencia convertida. La
expresión “el que se ensalza será humillado” denota a aquella persona que vive
cerrada, tanto en sí misma como respecto de Dios: no experimenta el perdón de
Dios y como consecuencia no puede convertirse; su vida siempre es un vida
disminuida.
C. REFLEXIONAMOS
La parábola del fariseo y el publicano pretende enseñarnos la naturaleza de la
humildad cristiana. La humildad es la virtud de ser realista ante la vida que
nos ha tocado vivir. Humilde es aquél que mirándose a sí mismo se ve tal cual
es, que contempla a los demás tal como son, y que intenta observar el mundo como
realmente se presenta. Esta humildad sólo crece y se desarrolla cuando estamos
en contacto con los pobre y débiles de nuestro mundo. Ellos nos hacen tener los
pies en el suelo y ser realistas ante la vida.
La verdadera humildad es lo único que permite el crecimiento personal. El
humilde, al contemplar la interioridad de su vida, descubre siempre dos cosas:
aquéllas de las que debe convertirse y aquéllas en las que debe aceptarse.
Cuando nos damos cuenta de eso, nuestro corazón está ya abierto a Dios y presto
a participar de su ternura; podemos encontrar al Dios de la misericordia que
sale a nuestro encuentro. Además, la humildad es el “suelo”, la “tierra”, donde
pueden crecer las demás virtudes (humildad procede del latín “humus”, que
significa “tierra”).
Lo opuesto a la humildad es el orgullo. Ser orgulloso es sinónimo de ser necio.
Implica tomar una actitud irreal ante la vida, y pasar toda la existencia sin
llegar a conocerse a sí mismo ni a los demás. Y esto, tristemente, cierra
nuestro corazón al Dios de la misericordia.
D. NOS COMPROMETEMOS
Como preparación al tiempo de Cuaresma, tiempo de gracia y de conversión, hemos
descubierto la necesidad de la verdadera humildad para que Dios pueda actuar en
nuestra vida y transformarnos. Nos preguntamos:
1. ¿Somos capaces de hacer autocrítica en nuestra vida?, ¿Creemos que ser santos
es ser perfectos?, ¿Descubrimos la necesidad que tenemos de Dios, para que su
gracia nos toque y transforme? ¿Estamos tan ocupados en el cumplimiento exterior
de las normas y de las leyes que nos olvidamos de abrir nuestro corazón a Dios?
2. ¿Qué significa para nosotros ser humildes? ¿Qué lugar ocupa la humildad en
nuestra vida cristiana? ¿Nos damos cuenta de que sólo siendo humildes podremos
crecer en las demás virtudes?
3. ¿Qué actitudes podemos favorecer en nuestra vida para ir creciendo en la
auténtica humildad?
4. ¿Cómo podemos aprender de los más pobres a ser humildes?
TEMA V: LA ORACIÓN
A. ORAMOS
Monitor
Estamos a punto de iniciar el tiempo de Cuaresma. La Iglesia va a convocarnos a
que realicemos unidos el camino que nos lleva a la Pascua de Jesús. En el tema
anterior ya iniciamos nuestra preparación al tratar de la humildad, que
podríamos equiparar con el ayuno, en cuanto que nos permite despojarnos de todo
aquello que nos impide tener una visión adecuada de nosotros mismos y descubrir
nuestra necesidad de Dios. También se hizo referencia a la limosna al hablar
sobre la opción por los pobres. Vamos a centrarnos hoy en la oración. De este
modo hacemos nuestro el plan que la Iglesia nos propone al iniciar la Cuaresma
al proclamar el miércoles de Ceniza el texto de Mateo (Mt 6,2-6.16-18).
La oración es el acto de fe por excelencia. Y sin la fe la oración no tiene
sentido. No hay fe, reconocimiento de Dios, sin que se intente encontrarlo,
situarnos en su gracia que nos rodea por todas partes. La oración ocupa por ello
un lugar muy importante en la Biblia, también en el Nuevo Testamento, y sobre
todo en los evangelios, que nos dicen que Jesús rezó, y nos trasmiten algunas de
sus oraciones y su enseñanza sobre la oración, enseñanza que surge evidentemente
de la propia experiencia de Jesús: cuando Jesús habla de la oración, lo hace
normalmente partiendo de la suya. Esto se descubre de un modo patente en Lucas,
que describe a Jesús, como ningún otro evangelista, como el hombre de la
oración.
Vamos a escuchar un texto del evangelio, en el que Jesús enseña a orar a los
suyos y les muestra cómo debe ser su oración: constante y confiada. Que la
palabra de Dios nos ayude a descubrir la importancia de la oración en nuestra
vida.
Lector
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS Lc 11,1-13
Una vez que estaba orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos
le dijo:
-Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Él les dijo:
-Cuando oréis decid:
Padre,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
danos cada día nuestro pan del mañana,
perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que
nos debe algo,
y no nos dejes caer en la tentación.
Y les dijo:
-Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche para
decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje
y no tengo nada que ofrecerle”. Y desde dentro, el otro le responde: “No me
molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo
levantarme para dártelos”. Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se
levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se
levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se
os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama se le
abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se
lo piden?
Palabra del Señor
(El monitor invita a realizar los tres momentos: lectura, meditación y oración).
Monitor
A Jesús, el hombre de la oración, dirijamos nuestras súplicas, como sus
discípulos, diciéndole:
SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR
- Tú, que en el ritmo apremiante de cada día encontrabas tiempo para la oración,
enséñanos a buscar momentos en nuestra jornada para encontrarnos con Dios,
nuestro Padre.
SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR
- Tú, que en la oración pediste siempre cumplir la voluntad del Padre, enséñanos
a vivir la oración, no como un instrumento para que hagas lo que nosotros
queremos, sino como medio para sintonizar con lo que Dios quiere de nosotros y
fuerza para poder llevarlo a la práctica.
SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR
- Tú, que no abandonaste la oración ni en los momentos más duros de tu vida,
enséñanos a ser constantes en nuestra oración personal, familiar y comunitaria,
a no abandonar cuando parece que no nos escuchas y todo se hace oscuro a nuestro
alrededor.
SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR
- Tú, que en la oración te abriste a lo que te rodeaba, enséñanos a orar por
nuestra comunidad parroquial, por los grupos y las personas que compartimos la
misma fe, por los que están lejos de ti, por los más pobres y necesitados.
SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR
- Tú, que sabes lo que nos cuesta orar y celebrar nuestra fe, ayuda al área de
liturgia y al grupo de cantos para que no se desanimen en la hermosa misión que
les has confiado y no caigan nunca en la rutina o el conformismo.
SEÑOR, ENSÉÑANOS A ORAR
(Oraciones libres)
PADRENUESTRO
B. CONOCEMOS
a) Jesús, ejemplo de orante.
Jesús es el gran orante. Lo vemos en los evangelios tomando parte en la oración
de su pueblo, pero también orando personalmente, consagrando una parte
importante de su vida a la oración.
Vamos a repasar esos momentos de la oración de Jesús, que aparecen en Lucas,
intentando descubrir cómo su oración es una muestra de lo que nos puede suceder
a nosotros en la oración.
En el bautismo, Jesús ora, y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el
Espíritu Santo sobre Él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi
Hijo, el amado, mi predilecto (Lc 3,21s). Éste es un hermosos ejemplo de la
fuerza de la oración. Cada vez que rezamos se abre para nosotros el cielo. En la
oración, el Espíritu Santo desciende sobre nosotros. Y en la oración nosotros
experimentamos que somos amados por Dios sin condiciones.
Cuando Jesús curaba a los leprosos y las gentes se agolpaban en torno a él,
Jesús se retiraba a un lugar solitario para orar (Lc 5,16). La misión y la
predicación de Jesús están continuamente alimentadas por la oración. También
nuestra oración debemos vivirla como espacio en el que nos podemos retirar y en
el que podemos vernos libres del ruido del mundo y de la expectación de los
hombres para encontrar la fuerza de Dios, que nos permita llevar adelante la
misión que Él nos ha encomendado.
Antes de elegir a los doce apóstoles, Jesús pasó toda la noche orando a Dios (Lc
6,12). La llamada de los apóstoles, su vocación, es el fruto de una oración de
Jesús. La oración nos capacita para tomar bien las decisiones.
Antes del reconocimiento mesiánico de Pedro, Jesús oró en soledad: Una vez que
estaba orando solo en presencia de sus discípulos, les preguntó: ¿Quién dice la
gente que soy yo?... Y vosotros, ¿quién decís que soy? (Lc 9,18-21). A
continuación, comenzará a enseñarles cómo entiende ser Mesías y les invitará a
seguirle por su mismo camino. Jesús se prepara en la oración para introducir a
sus discípulos en el misterio de su sufrimiento y su camino hacia la cruz, y, al
terminar su oración, Jesús pondrá a sus discípulos entre la espada y la pared y
les obligará a pronunciarse.
Sólo Lucas nos dice que Jesús subió a la montaña para orar antes de
transfigurarse, y, mientras oraba, cambió el aspecto de su rostro y sus vestidos
se volvieron de una blancura resplandeciente (Lc 9,29). Igual que en el
bautismo, la manifestación de Dios tiene lugar como respuesta a la oración de
Jesús. Lucas nos enseña así que todo cristiano, en el encuentro con Dios en la
oración, puede experimentar algo semejante. Con la oración entramos en contacto
con nuestra verdadera esencia. Nuestro rostro irradia el esplendor de Dios que
habita en nosotros, y en eso reconocemos que somos la gloria de Dios.
El punto álgido de la oración de Jesús nos lo presenta Lucas en la pasión. En el
monte de los olivos, Jesús reza y se debate con la voluntad de Dios. Orar no es
sólo una experiencia de paz, ya que puede ser también una dolorosa lucha con la
voluntad de Dios. Pero Dios envía al orante su ángel para renovarle las fuerzas.
El ángel no preserva a Jesús del miedo. Jesús suda de miedo, pero en ese momento
Jesús ora con mayor insistencia, si cabe (Lc 22,44). Nosotros tenemos que pasar
por las mismas tribulaciones que Jesús: soledad, miedo, abandono, necesidad y
sufrimiento. La oración es para nosotros, igual que para Jesús, el camino para
superar las tentaciones que nos permite permanecer ante Dios en las más extremas
dificultades.
Colgado de la cruz, Jesús no sólo reza por sí mismo, sino por sus asesinos:
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). Y Jesús muere con la
oración en los labios: recita un verso del salmo 31, la oración judía de la
tarde. Como un judío piadoso, Jesús ora al fin de su vida diciendo: Padre, a tus
manos encomiendo mi espíritu (Lc 23,46). Con la muerte, él vuelve a su padre. La
oración ilumina su muerte. La oración, que acompaña a Jesús desde el principio
de su obra hasta su fin en la cruz, muestra dónde ha encontrado él su verdadero
apoyo. Porque es evidente que Jesús pudo recorrer su camino, pese a las grandes
dificultades de la muerte, gracias a la fuerza de la oración, ya que por encima
de todo dolor el cielo permanecía abierto, y él se sabía uno con su Padre.
b) La oración de los discípulos
Después de haber visto cómo es la oración de Jesús, nos detenemos ahora en
profundizar en las enseñanzas que Jesús da a sus discípulos sobre la oración.
Según Lucas, Jesús enseña a sus discípulos qué deben rezar y qué actitud deben
tener en la oración.
1. La oración del Padrenuestro
Jesús resume en las palabras del Padrenuestro lo que los cristianos debemos
rezar. El Padrenuestro no es una fórmula de oración: Jesús no nos dio un texto
para que lo recitáramos. Es más bien el modelo, el tipo de toda oración: nos
permite situar y jerarquizar las diferentes orientaciones e intenciones de la
oración.
Peticiones fundamentales de la oración cristiana:
Padre
Jesús siempre llama a Dios “Padre”. En la oración que él nos enseña nos permite
compartir su relación con Dios. “Padre” evoca la proximidad, la confianza, la
ternura, el “papá-abba” que Jesús nos ha enseñado.
Que tu nombre sea santificado
En el lenguaje bíblico, el nombre de Dios es Dios mismo. Que Dios santifica su
nombre quiere decir que manifiesta su gloria purificando a su pueblo de sus
pecados. Se le pide, pues, que pase a la acción, que se manifieste tal y como
es, es decir salvador. Y sólo él puede hacerlo.
Venga tu reino
El reino es el señorío de Dios que debe establecerse en el mundo. Lo que ha
traído Jesús es tiempo de salvación, pero a su vez no es sino comienzo de lo que
ha de venir. La grandeza de lo que ya se ha descubierto en Jesús hace que sea
más ardiente el ruego de que venga el reino de Dios. El reino vendrá cuando
venga Jesús mismo.
Peticiones humildes y concretas de nuestra vida diaria.
Danos cada día el pan que necesitamos
El pan significa todo lo necesario para la vida en la tierra: el pan material,
el pan de la amistad y de la vida comunitaria, el pan vivo de la eucaristía. Y
el discípulo pide el pan que necesitamos, él y la comunidad; no ora en la
estrechez del yo, sino en la amplitud de los hijos del Padre. Y pide que no le
falte ese pan cada día: sólo pide lo necesario para hoy; de ese modo, confiesa
cada día ante el Padre su necesidad.
Perdona nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos
debe algo
El auténtico obstáculo entre nosotros y Dios es el pecado. Frente a su amor, nos
encontramos totalmente incapaces de responder plenamente. Pero Jesús es la
revelación viva de este perdón de Dios, que es pura gracia. Nos ofrece el medio
de acogerlo, sin herir nuestra dignidad de hombres, perdonando nosotros mismos a
nuestros hermanos antes de pedir el perdón de Dios.
No nos dejes caer en la tentación
Esta última petición no significa que permanezcamos libres de tentaciones, sino
que Dios nos proteja en medio de ellas. La experiencia de la tentación es
inevitable: en ella se afirma nuestra libertad. Es ley de la condición humana, y
Jesús también pasó por ella. El ser humano no permanece inmune a las
tentaciones, pero a Dios le gusta darnos fuerza para que no quedemos atrapados
en la tentación y perezcamos en ella.
2. Las actitudes del cristiano en la oración
Lucas ilumina por medio de dos parábolas lo que él deduce del Padrenuestro: cómo
y con qué disposición interior debemos orar.
En la parábola del amigo impertinente (Lc 11,5-8) Jesús quiere decirnos que Dios
es nuestro amigo: como cristianos, somos amigos de Dios. Orar significa hablar
con Dios como con un amigo. Nos está permitido pedirle a Dios las cosas sin
vergüenza, como a un amigo. Él no nos rechazará, pues la amistad entre Dios y
nosotros es más fuerte que las puede haber entre los hombres. Además, Jesús nos
promete que será escuchada la oración perseverante y confiada, que no cede
aunque no sea escuchada inmediatamente. Dios es bondadoso: no hay hombre que se
le pueda comparar. Da no sólo lo que se le pide, sino todo lo que uno necesite.
La segunda parábola (Lc 11,9-13) pone de relieve lo que significa tener a Dios
como padre. Dios es nuestro padre y sabe lo que es bueno para nosotros. No nos
desencantará ni nos dará lo que pueda dañarnos, sino lo que nos alimenta. Dios
es el padre bueno que nos otorga el mejor de los bienes: el Espíritu Santo. Por
él actúa Jesús. Convierte a los discípulos en lo que deben ser. Toma su pensar y
obrar bajo su dirección. Por él cumplen ellos la voluntad de Dios. El Espíritu
Santo es el don salvífico en el tiempo de la Iglesia. Para poder alcanzarlo se
necesita la oración.
La oración es para Lucas el lugar donde encontrarse con Dios y crecer
interiormente en el Espíritu de Jesús. La oración es también la experiencia de
la resurrección. En la oración, nosotros podemos experimentar el cuidado amoroso
y la salvaguardia de Dios en medio de las tribulaciones de nuestra vida. En la
oración, participamos del Espíritu de Jesús. Y aprendemos a dirigirnos al Padre,
como Jesús. En la oración, Dios está próximo a nosotros como Padre y como amigo.
Sólo quien ora comprende lo que Jesús quería conseguir para nosotros con su
Buena Nueva y con su vida.
C. REFLEXIONAMOS
Hemos visto la importancia que la oración tiene para Jesús y también para
nosotros. Esto nos debe llevar a reflexionar sobre el lugar que ocupa la oración
en nuestra vida, sobre todo teniendo en cuenta que, como cristianos, estamos
llamados a anunciar a Dios a los hombres y mujeres de hoy. Quien evangeliza sin
rezar, termina por no evangelizar. No sólo olvida cargar sus baterías; lo que
hace es hundirse en la hipocresía. ¿Cómo se puede hablar de alguien como de una
persona viva y viviente, sin dirigirnos nunca a él? Quien dice de Dios “él” sin
jamás decir “tú”, está olvidando poco a poco los rasgos del rostro de Dios.
Llegará pronto el día en el que Dios no será más que una idea, y en seguida una
palabra solamente. Es imposible hablar concretamente de un Dios a quien no se
escucha y al que no se habla jamás.
Sólo la oración puede hacer que nuestra fe sea auténtica y concreta. Sin ella,
incluso nuestra acción será incapaz de concretar nuestra fe ni de dar testimonio
de Dios. La idea de Dios, separada del diálogo con él, no se concreta. La
“vivencia de la evangelización” no lleva consigo únicamente el acercamiento
entre los hombres, implica al mismo tiempo el diálogo con Dios.
Jesús nos invita, además, a perseverar en nuestra oración, a dirigir
confiadamente nuestras súplicas al Padre. Y nos asegura que nuestra oración será
siempre eficaz. La eficacia consiste en que Dios siempre escucha. Que no se hace
el sordo ante nuestra oración. Porque todo lo bueno que podamos pedir ya lo está
pensando antes él, que quiere nuestro bien más que nosotros mismos. Es como
cuando salimos a tomar el aire o nos ponemos al sol o nos damos un baño en el
mar: nosotros nos ponemos en marcha con esa intención, pero el aire y el sol y
el agua ya estaban allí. Cuando le pedimos a Dios que nos ayude –manifestando
así nuestra debilidad y nuestra confianza de hijos-, nos ponemos en sintonía con
sus deseos, que son anteriores a los nuestros.
D. NOS COMPROMETEMOS
Durante la Cuaresma se nos va a invitar a buscar más tiempo y a hacer más
intensa nuestra vida de oración. Nos preguntamos:
1. ¿Qué es para mí la oración? ¿Qué lugar ocupa en mi vida? ¿Cuánto tiempo
dedico, personalmente, familiarmente o en mi grupo, a la oración?
2. ¿Qué busco en la oración: conseguir que Dios me haga caso o buscar la
sintonía con Dios para conocer su voluntad?
3. ¿Relaciono oración y evangelización? ¿Me doy cuenta de que sin la oración no
puedo ser testigo de Dios y de su evangelio en mi familia, en mi trabajo, en el
cumplimiento de mis responsabilidades parroquiales?
4. ¿Qué significa para mí rezar el Padrenuestro? ¿Es modelo para mi oración?
5. ¿Cómo voy a vivir en el tiempo de la Cuaresma la oración? ¿Qué voy a hacer
para intensificar mi vida de oración?
TEMA VI: EL ROSTRO DE DIOS
A. ORAMOS
Monitor
La Cuaresma de este año está centrada en el tema de la misericordia y del perdón
de Dios: las parábolas de la higuera que no da fruto (Lc 13,1-8) y del hijo
pródigo (Lc 15,11-32) y el episodio de la mujer adúltera (Jn 8,1-11) sitúan este
tiempo en la perspectiva del amor de Dios que nunca se acaba. La Cuaresma, como
preparación a la Pascua, nos invita este año a descubrir una vez más el
Evangelio, es decir, la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios
con los pecadores.
Lucas es, tal vez, el evangelista que mejor pone de manifiesto esa cercanía de
Dios al pecador, el que más insiste en la conversión y en los perdones dados por
Jesús. De entre todos los textos de Lucas, que nos muestran la misericordia de
Dios, tal vez el más conocido es la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32).
Esta parábola se halla situada en la segunda parte del evangelio de Lucas:
Jesús, durante el viaje a Jerusalén, enseña a sus seguidores a ser buenos
discípulos, pero en el centro de su enseñanza coloca la descripción del rostro
de Dios.
Escuchemos este texto como si fuera la primera vez, dejando que la palabra de
Dios nos sorprenda de nuevo: es una gran noticia que Dios se comporte con
nosotros del mismo modo que lo hace con los hijos de esta parábola.
Lector
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS Lc 15,11-32
Dijo (Jesús):
Un hombre tenía dos hijos y el menor le dijo a su padre:
-Padre, dame la parte de la fortuna que me corresponde.
El padre les repartió los bienes. No mucho después, el hijo menor, juntando todo
lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un
perdido. Cuando se lo había gastado todo, vino un hambre terrible en aquella
tierra y empezó él a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los
habitantes de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Y deseaba
llenar su vientre con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las
daba. Recapacitando entonces, se dijo:
-¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras yo aquí me
muero de hambre! Me levantaré, iré a casa de mi padre y le diré: “Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame
como a uno de tus jornaleros”.
Y, levantándose, se puso en camino adonde estaba su padre; estando él todavía
lejos, lo vio su padre y se le conmovieron las entrañas; salió corriendo, se le
echó al cuello y lo besó afectuosamente. El hijo le dijo:
-Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados:
-Traed aprisa el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en su mano y
sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y comamos y celebremos
una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba
perdido y lo hemos encontrado.
Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó
la música y las danzas, y llamado a uno de los criados le preguntó qué era
aquello. Él le dijo:
-Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha
recobrado sano.
El se encolerizó y no quería entrar en casa; pero el padre salió e intentó
persuadirlo. Pero él, respondiendo, dijo a su padre:
-Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, y nuca
me has dado un cabrito para comérmelo con mis amigos, y ahora que ha vuelto ese
hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el
ternero cebado.
El padre le respondió:
-Hijo, ¡tú siempre estás conmigo y lo mío es tuyo!, pero era necesario celebrar
una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la
vida; estaba perdido y lo hemos encontrado.
Palabra del Señor
(El monitor invita a realizar los tres momentos: lectura, meditación y oración)
Monitor
Presentemos nuestra oración a Dios, nuestro Padre, que encuentra su gozo en el
perdón y la misericordia, diciéndole:
MUÉSTRANOS, SEÑOR, TU ROSTRO DE PADRE
- Para que la Cuaresma sea para nuestra comunidad parroquial un tiempo de gracia
y de conversión en el que experimentemos con gozo la cercanía y la ternura de
Dios.
MUÉSTRANOS, SEÑOR, TU ROSTRO DE PADRE
- Para que los que están lejos de Dios, porque no le conocen o se han apartado
de él, puedan descubrir en nuestra forma de vivir al Padre que les espera y
quiere en su casa.
MUÉSTRANOS, SEÑOR, TU ROSTRO DE PADRE
- Para que la experiencia de nuestros pecados no nos lleve a desanimarnos y a
dudar de la misericordia de Dios.
MUÉSTRANOS, SEÑOR, TU ROSTRO DE PADRE
- Por el grupo de prebautismales, la catequesis familiar, el área de Matrimonio
y Familia, para que sin desfallecer y poniéndo toda la confianza en ti, ayuden a
los padres en la preciosa misión de ser signo y presencia del mismo amor de Dios
Padre en esta sociedad.
MUÉSTRANOS, SEÑOR, TU ROSTRO DE PADRE
(Oraciones libres)
PADRENUESTRO
B. CONOCEMOS
Fijémonos en las actitudes de los tres personajes que aparecen en esta parábola,
para poder comprenderla mejor.
1. La actitud del hijo menor
a) La decisión de dejar la casa del padre
El hijo menor, pide a su padre el lote que le correspondía de la fortuna
familiar. No se limita a “pedir”, sino que “exige”. La palabra “dame” está en
imperativo. No se dirige a su padre mediante una súplica o una solicitud; lo
hace exigiendo una prerrogativa. El padre respeta la libertad de su hijo; y, sin
replicar nada, reparte los bienes entre los hermanos. La vida en la casa
paterna, con sus reglamentos y obligaciones, es una carga para el hijo, que
aspira a la autonomía y quiere vivir a su arbitrio. El hijo menor abandona la
casa paterna y se encamina a un país lejano.
b) La experiencia de una vida que se destruye
Lejos de la casa del padre, en una tierra extraña, las condiciones se vuelven
adversas. El texto nos explica su estado de abandono con frases muy duras:
- Se ajustó con uno de los habitantes de aquel país
El que ha exigido que se le otorgue su derecho, ahora cede y debe “ajustarse” a
las condiciones que le impone un desconocido en un país extranjero y en tiempo
de hambre. Quiere trabajar para poder vivir, quiere hacer todo lo posible para
no perecer, quiere sacrificarlo todo para poder siquiera “ir tirando”, y nada
más. Vive en medio de pecadores y de gentes sin ley.
- ...lo mandó a sus campos a guardar cerdos
El trabajo que asume es intolerable para un judío piadoso: “Maldito el hombre
que cría puercos”. Tiene que tratar constantemente con animales impuros (Lev
11,7), con lo cual reniega de su religión. Se vuelve pecador, apóstata, impío.
Se ve privado de todo lo que necesita el hombre para poder vivir como hombre.
Pasa hambre. La comida, que se le da, es tan escasa, que suspira por el pienso
de los cerdos. Él vale menos que los cerdos impuros; nadie le da ese pienso; es
un forastero.
c) La decisión por rehacer la vida
Cuando su situación no puede ser más desesperada, decide volver a la casa del
padre. Veamos cuáles son las razones por las que decide regresar:
- La motivación más real y profunda es el hambre. La verdad es que “no tiene
donde caerse muerto”. Su miseria le trae a la memoria la casa paterna con su
abundancia. Ni Dios ni su padre ocupan el centro de sus reflexiones, sino salir
con vida del hambre que padece en país extranjero. “Si el impío entra dentro de
sí –hacen decir a Dios los doctores judíos de la ley- podrá entrar cada vez más
(en la proximidad del Santo).” El camino del que entra dentro de sí conduce a
Dios...
- El hijo pródigo entra dentro de sí, se vuelve a su padre y va a acabar en
Dios. El hambre, su situación de abandono, de degradación, le lleva a reconocer
lo que está en el origen de su estado: He pecado contra el cielo y contra ti. Su
situación no es fruto de la casualidad ni de la mala suerte. Él mismo ha
desordenado y arruinado su vida. Eso es el pecado.
- Consciente de su pecado, no se desespera, sino que toma la única decisión
lúcida: Levantándose, volvió a su padre. El pecado ha dejado secuelas en su
vida; para él, según la ley, ya nada puede ser como antes: con su modo de vivir
ha perdido sus derechos de hijo. Sólo le queda ser tratado como uno de los
jornaleros. Pero ignora lo más importante: la misericordia del padre está muy
por encima del pecado y la traición que ha cometido.
2. La actitud del hijo mayor
Necesitamos ahora apreciar las características del hijo mayor al contraluz de la
forma de vida del hermano menor.
a) Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa...
El hijo mayor es el que tenía preferencia en los derechos de hacienda. En cambio
constató cómo era el hermano menor quien exigía sus privilegios y se marchaba de
casa con la parte de sus bienes. Él siguió trabajando en la casa de su padre y
durante largos años lo ha servido sin desobedecer nunca, pero nunca disfrutó de
un cabrito con el que celebrar una fiesta con los amigos. Ahora ve cómo el
hermano menor, que ha devorado la hacienda con prostitutas, es festejado con un
ternero cebado Su vida describe la rutina de una existencia triste y cerrada a
la bondad del padre.
b) Él se irritó y no quería entrar
Desde una perspectiva puramente legal el hermano mayor ha obrado con justicia y
rectitud, y se cree con derecho a exigir a los demás la misma rigidez por la que
él mismo tanto se ha esforzado. Por esa razón, no puede entender la actitud de
su padre, que acoge a su hermano con un amor intenso.
Su odio es grande. Dice a su padre: ...ese hijo tuyo...; una frase que denota
una gran dosis de rabia, pero que refleja, sobre todo, la ruptura del hermano
mayor con el menor. No dice ...ese hermano mío; esa frase denotaría aún una
relación entre hermanos. Ha roto con su hermano; ya no es su hermano, es sólo
hijo de su padre: Cuando ese hijo tuyo...
3. La actitud del padre
a) La relación con el hijo menor
Ante el hijo que vuelve derrotado, con la conciencia de su pecado y aspirando
sólo a ser tratado como un jornalero, el evangelio destaca en el padre una
actitud interna: se le conmovieron las entrañas, y dos actitudes externas:
celebremos una fiesta y le besó afectuosamente.
- ...se le conmovieron las entrañas...
El hecho de “conmoverse las entrañas” refleja el aspecto maternal del amor y la
ternura. A una madre, en el momento de dar a luz a su hijo, se le conmueven las
entrañas. El padre de nuestra parábola siente en su seno la experiencia del amor
maternal: recoge de nuevo en su regazo al hijo perdido. Lo vio de lejos, salió
corriendo, se le echó en el cuello, lo cubrió de besos. Todas estas acciones
“vuelven a introducir en las entrañas del padre” al hijo que se fue y ahora
regresa desangelado.
- ...celebremos una fiesta...
Lo interior se manifiesta en lo exterior. El padre restituye al hijo pródigo sus
derechos de hijo. El vestido más rico lo constituye en huésped de honor, el
anillo lo capacita de nuevo para proceder como hijo. Las sandalias lo declaran
hombre libre, no uno de los jornaleros que van con los pies descalzos.
Sacrificando el becerro cebado se inicia una fiesta de alegría; el hijo es
admitido de nuevo en la comunidad de mesa de la casa paterna. La alegría festiva
en el corazón del padre no puede contenerse y llena toda la casa.
- ...le besó afectuosamente...
El beso afectuoso con que el padre recibe a su hijo adquiere la connotación del
“amor de amigo”. El padre ha mostrado un amor “maternal” y “paternal”, pero
manifiesta, también, con esta postura la perspectiva “amistosa del amor”. El
padre es “padre” por naturaleza pero se convierte en “amigo” por opción.
En ningún momento ha aplicado el padre un tipo de justicia basado en modelos
humanos. Según éstos, el hijo no tiene ya ningún derecho: es el modo de pensar
del hijo. En cambio, el padre no le pide razones de su comportamiento ni le
reprocha su traición, sino que lo acoge como hijo mediante la triple
manifestación del amor que hemos descrito.
b) La relación con el hijo mayor
El hijo mayor, siempre obediente, seguramente habría permanecido cerrado a la
actitud amorosa del padre. Se niega a dejarse amar por su padre. Nunca ha
considerado lo que tiene recibido de su padre. Este hermano había estado siempre
en contacto con el padre pero carecía de lo más esencial: la experiencia del
contacto personal con él. No dejarse querer por Dios es una manera muy sutil de
huir de la casa del Padre, y muestra otra manera con la que se echa a perder el
amor de Dios.
La parábola se interrumpe son decir lo que piensa hacer el padre con el hijo
mayor. Jesús no celebra juicio, sino que ofrece la salvación. Quiere salvar
también a este hermano. Todos tienen necesidad de convertirse, los pecadores y
también los que se tienen por “justos”. “Todos estamos bajo el pecado” (Rom
3,9).
4. La actitud de fondo de los personajes
En el fondo de las actitudes del padre y de los hijos radica una opción básica
distinta: el Padre representa la opción que hace nacer la vida, mientras los
hijos muestran la opción que los conduciría a la muerte.
La opción más profunda del padre por sus hijos es la vida: ...porque este hijo
mío había muerto y ha vuelto a la vida. Él desea que vivan plenamente. El rostro
de Dios Padre tiene, por tanto, los rasgos de la vida. Él es quien engendra la
vida en aquellos que se deciden a ser discípulos suyos. Dios Padre genera la
vida porque Él es amor.
El Padre de la vida también cree en la libertad. No hay vida sin libertad. Por
eso respeta la decisión del hijo menor y no se enfrenta agriamente con el mayor
cuando, henchido por la ira, se niega a entrar en el hogar. Simplemente les
recuerda que Él es la vida, vida expresada mediante el perdón, la acogida, la
ternura y la fiesta.
La descripción de los dos hermanos pone ante nuestros ojos la negativa a
participar de la vida nacida de las entrañas del padre.
El hijo menor representa al discípulo orgulloso que se ha apartado del camino.
Fuera de la casa del Dios de la vida se sorbe la desgracia de los ídolos de
muerte. El discípulo decide volver a la senda y allí experimenta la profundidad
de la vida. El padre lo acoge de nuevo, de alguna manera vuelve a engendrarlo.
El hermano mayor es el prototipo del cristiano que ha creído estar siempre en el
camino, pero al que le ha faltado lo más importante: el encuentro personal con
el Dios de la vida. Ha vivido siempre en la casa y ha trabajado con afán en sus
campos. Pero nunca ha experimentado el hondo gozo del amor del Padre. Su vida es
triste y mezquina.
Además, la actitud del hermano mayor nos descubre que el premio de los
discípulos de Cristo consiste en estar en la casa del Padre: ¡si todo lo mío es
tuyo! Nuestra suerte es sabernos en manos del Dios de la misericordia. La
búsqueda de cualquier otra recompensa nos hace salir de la casa, como el hijo
menor, o nos impide entrar en ella, como el mayor.
Lo que realmente cuenta es que ni la mezquindad del mayor ni la traición del
menor tienen poder suficiente para derrotar la fuerza del amor del Padre. La
muerte nunca puede con la vida; ése es el mensaje del evangelio: Jesús de
Nazaret, el Crucificado, ha resucitado (Mc 16,6).
C. REFLEXIONAMOS
Una primera enseñanza que debemos aprender de esta parábola es que todos somos
pecadores, aunque algunos de nosotros pecamos de un modo diferente, de “formas
más aceptables”, formas que los otros pasan más fácilmente por alto, pero no
Dios, desde luego. En este sentido, la parábola del hijo pródigo no es fácil ni
agradable. Revela la dureza de nuestro corazón. Nos invita a no engañarnos sobre
lo que somos. Nos llama a expiar, a restituir, a reparar.
Nuestra experiencia de ser pecadores nos concede la oportunidad de acercarnos a
Dios y de sentirnos necesitados de él. Cuentan que hubo un hombre que se acercó
a un profeta y le suplicó que rezara por él y, en concreto, que no volviera a
pecar nunca más. El profeta se negó, diciendo que, si el hombre no pecaba, no
necesitaría el perdón de Dios y podía empezar a pensar que era mejor que los
demás. Dios perdona siempre. La esencia de Dios es el amor, que se manifiesta en
el perdón.
La parábola es clara. La relación de los hijos con el padre es la dimensión
vertical de la cruz, y la relación de los hermanos entre sí es la dimensión
horizontal. Una brecha en una de ellas revela o bien que menospreciamos la
misericordia de Dios y no somos agradecidos, o bien que somos hipócritas que
murmuramos de los demás. Todos nosotros necesitamos ser perdonados, más de lo
que sabemos o queremos reconocer.
A nosotros, que experimentamos el perdón y el amor de Dios, nos corresponde
restablecer el equilibrio y reparar las brechas en las relaciones y en el mundo
donde nuestro pecado ha abierto boquetes; podemos salir hacia nuestros hermanos
y hermanas, a quienes hemos ofendido, y disfrutar del amor misericordioso de
Dios, y ofrecernos para restablecer las relaciones que hemos destruido con
nuestro egoísmo, codicia y conducta irreflexiva.
Somos nombrados embajadores de Cristo, se espera que vayamos hasta el extremo, a
todos los extremos, en realidad, para llevar a otros de regreso a casa. Podemos
dirigirnos a los que han vuelto a Dios y tenderles una mano de apoyo, apertura,
comprendiendo que también nosotros hemos ofendido a nuestro Padre actuando “como
si toda nuestra vida hubiéramos servido como esclavos a Dios” y olvidando con
hipocresía la profundidad del amor que nuestro Padre tiene a todos sus hijos.
D. NOS COMPROMETEMOS
Esta parábola, leída en este tiempo de Cuaresma, nos pone ante una alternativa:
¿en cuál de las tres figuras nos vemos reflejados?
1. ¿Actuamos como el padre? ¿Respetamos las decisiones de los demás, aunque no
las compartamos? ¿Sabemos acoger al que vuelve? ¿Le damos un margen de
confianza, le facilitamos la rehabilitación? ¿o le recordamos siempre lo que ha
hecho pasándole factura de su fallo? ¿Qué actitud adoptamos nosotros en nuestra
relación con los demás?
2. ¿Actuamos como el hijo pródigo? ¿Nos incluimos a nosotros mismos en esa
historia del bien y del mal? ¿Nos hemos puesto ya, en esta Cuaresma, en actitud
de conversión, de reconocimiento humilde de nuestras faltas y de confianza en
Dios, dispuestos a volver a él y serle más fieles desde ahora? ¿Sabemos pedir
perdón? ¿Preparamos ya el sacramento de la reconciliación, que aparece descrito
detalladamente en esta parábola en sus etapas de arrepentimiento, confesión,
perdón y fiesta?
3. ¿Actuamos como el hermano mayor? ¿Somos intransigentes, intolerantes?
¿Sabemos perdonar o nos dejamos llevar por la envidia y el rencor? ¿Miramos por
encima del hombro a “los pecadores”, sintiéndonos nosotros “justos”?, ¿Tenemos
con Dios una relación distante, basada en el “he de ser bueno para que Dios me
quiera” ?, ¿aceptamos la gratuidad del amor de Dios?
TEMA VII: LA EUCARISTÍA
A. ORAMOS
Monitor
La Pascua es el anuncio y la celebración gozosos de lo que constituye el eje y
el fundamento de nuestra vida cristiana: la resurrección del Señor Jesús. Las
palabras dichas, en la mañana de Pascua, por los dos hombres de vestidos
refulgentes a las mujeres, ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No
está aquí. Ha resucitado, son las palabras más importantes de todo el Nuevo
Testamento. Si no estuvieran, no quedaría nada para un creyente.
Toda nuestra vida cristiana gira alrededor de esta fiesta. Nuestra vida
cristiana nace de la Pascua: en la vigilia pascual eran bautizados los
cristianos, significando de ese modo que en el bautismo se reproduce en nosotros
el misterio pascual: muertos con Cristo al pecado y vivos para Dios en Cristo
Jesús. Nuestra vida cristiana se alimenta de la Pascua: la eucaristía es el
sacramento pascual; en ella conmemoramos la muerte y la resurrección de Jesús,
alimentándonos de la palabra y del cuerpo y la sangre del Señor. Y nuestra vida
cristiana camina hacia la Pascua, cuando en nosotros llegará a su plenitud lo
que se inició en el bautismo y se alimentó en la eucaristía: entonces veremos a
Dios cara a cara y se manifestará lo que ya somos, hijos de Dios.
Vamos a centrarnos hoy en uno de los textos del evangelio de Lucas, en el que se
nos narra la experiencia pascual de dos discípulos de Jesús; es la narración de
los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), tal vez la más bella y la más
impresionante de las narraciones pascuales; un relato, que no sólo quiere
contarnos los que les sucedió a aquellos discípulos, sino que es también una
hermosa catequesis sobre la eucaristía. Escuchemos este texto intentando
descubrir nuestra propia experiencia personal y la importancia que tiene la
eucaristía en nuestra vida cristiana: el Señor resucitado sale a nuestro
encuentro en el camino de la vida cuando celebramos la eucaristía.
Lector
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS Lc 24,13-35
Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día a una aldea llamada Emaús,
distante unas dos leguas de Jerusalén: iban comentando todo lo que había
sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso
a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
-¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?
Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le
replicó:
-¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí
estos días?
Él les preguntó:
-¿Qué?
Ellos le contestaron:
-Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante
Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros
jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos
que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: ya es el tercer día desde
que sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han
sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e
incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les
habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro
y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no le vieron.
Entonces Jesús les dijo:
-¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era
necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?
Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se
refería a él en toda la Escritura.
Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos
le apremiaron diciendo:
-Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos
y lo reconocieron. Pero él desapareció.
Ellos comentaron:
-¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba
las Escrituras?
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos
a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
-Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor
(El monitor invita a realizar los tres momentos: lectura, meditación y oración).
Monitor
A Cristo resucitado, vida y salvación nuestra, presentemos nuestras plegarias
diciendo:
SEÑOR RESUCITADO, ESCUCHA NUESTRA ORACIÓN
- Tú, que saliste al encuentro de los discípulos desanimados y te interesaste
por sus problemas, acompaña a los desorientados y a los desesperanzados: que
sientan, Señor, que tú compartes sus fracasos y sus penas.
SEÑOR RESUCITADO, ESCUCHA NUESTRA ORACIÓN
- Tú, que explicaste el sentido de las Escrituras a quienes tenían el corazón
cerrado, abre nuestro espíritu, para que podamos escuchar tu Palabra y en ella
encontremos fuerza y estímulo para nuestras vidas.
SEÑOR RESUCITADO, ESCUCHA NUESTRA ORACIÓN
- Tú, que te hiciste reconocible en la fracción del pan, ayúdanos a valorar la
celebración de la eucaristía de cada domingo: que en ella te encontremos y nos
fortalezcamos para poder anunciar al mundo la gran noticia de tu vida.
SEÑOR RESUCITADO, ESCUCHA NUESTRA ORACIÓN
- Tú, que encarnándote en medio de la realidad de los discípulos la llenaste de
sentido, te pedimos por el área de misiones y de religiosidad popular, para que
sabiéndose hacer los encontradizos en la vida de los más alejados les sepan
llevar tu Palabra y la alegría de conocerte.
SEÑOR RESUCITADO, ESCUCHA NUESTRA ORACIÓN
(Oraciones libres)
PADRENUESTRO
B. CONOCEMOS
Analicemos los distintos elementos de este texto:
1. Aquel mismo día...
Con estas palabras comienza el relato. Se refiere al día de la resurrección del
Señor. Es el primer día de la semana, el que coincide con nuestro domingo.
Algunas mujeres y también Pedro han ido al sepulcro y lo han encontrado vacío.
Sólo a las mujeres se les ha comunicado lo que aquella tumba vacía significa.
Retengamos un primer dato, que es importante: la narración tiene lugar en
domingo, en el día de la Pascua del Señor; y un segundo dato: ver el sepulcro
vacío no basta para creer en la resurrección; hace falta el encuentro con el
Señor que está vivo.
2. Los discípulos salen de Jerusalén
Para el evangelio de Lucas, Jerusalén es la ciudad en la que acontecen los
sucesos más significativos de la vida Cristo. Más que un lugar geográfico, tiene
una significación simbólica: es el centro de la salvación y el lugar donde
triunfa la vida, es el lugar donde todos reciben la revelación de Cristo
resucitado; representa el sentido, la razón de ser de la vida humana, el ámbito
del encuentro con el verdadero Señor. Sin embargo, los dos discípulos, que
habían acompañado a Jesús en sus últimos días, abandonan la ciudad. Dejan aquel
lugar en el que se ha revelado la resurrección del Señor y emprenden el triste
camino de regreso hacia una aldea llamada Emaús.
3. Iban andando a una aldea llamada Emaús
También aquí lo que cuenta, más que su situación geográfica, es su significación
simbólica. Emaús es símbolo del sin sentido, lugar de la experiencia de vacío
ante la ausencia de Jesús, de la tristeza por el aparente fracaso de la vida.
Aquellos dos discípulos se desaniman y abandonan la ciudad del sentido y se van
hacia Emaús, la aldea del sin sentido. Del sentimiento de gloria por la
presencia del Mesías esperado, los dos discípulos han caído en el desencanto de
ver a su maestro muerto en el patíbulo.
Los dos discípulos de Emaús caminan hacia atrás. Su existencia atraviesa la
tiniebla y la desgracia, pero Dios no los abandona. Jesús camina hacia atrás
juntamente con ellos, para permitirles, en su momento, ver de nuevo la luz. Dios
recorre siempre con nosotros el mismo caminar de nuestra vida.
4. La presencia de Jesús junto a los dos discípulos
El núcleo de la narración lo constituye la presencia del Señor resucitado junto
a los dos discípulos y la manera en que éstos, lentamente, reciben la revelación
del Señor. Dividiremos el episodio en cuatro apartados:
- Jesús sale a su encuentro: Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con
ellos. Pero estaban cegados y no podían reconocerle.
Jesús no les reprende por su desilusión o desánimo, sino que les pregunta acerca
de la situación que están viviendo. Ellos le cuentan lo que ha pasado en
Jerusalén, pero desde la perspectiva de quien no ha llegado a captar la
profundidad de los hechos (estaban cegados). La descripción que aportan de Jesús
es puramente externa.
Jesús el Nazareno, que resultó ser un profeta poderoso en obras y palabras
ante Dios y ante todo el pueblo... Reconocer a Jesús como profeta es
contemplarlo sólo en su perspectiva externa. Los discípulos aprecian en Él las
manifestaciones exteriores, como son palabras y obras. Pero se han quedado lejos
de percibir la profundidad del mensaje salvador de Jesús.
...nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel. A los ojos de
aquellos hombres, Jesús habría sido un mesías como tantos otros que aparecían
con frecuencia en Palestina. Rico en proyectos y utopías pero parco en
realidades y nulo en cuanto a resultados.
Es verdad que algunas mujeres... volvieron contando... que les habían dicho
que estaba vivo. Tampoco les sirve el testimonio de las mujeres que han recibido
la revelación del Señor, porque, de acuerdo con la situación cultural de su
tiempo, el testimonio de una mujer no sirve de nada.
Sinteticemos la situación de los dos discípulos. Han contemplado a Jesús con
unos ojos superficiales, no han captado a la persona de Cristo con los ojos de
la fe. Por eso sólo han percibido en Él aspectos puramente externos: un profeta
poderoso en obras y palabras que fue entregado por los sumos sacerdotes a la
crucifixión. La visión únicamente externa de Jesús les ha llevado a la
frustración. Pero en esa cruda situación de desengaño hay un hecho
extremadamente importante: Jesús se pone a caminar con ellos, hacia atrás,
compartiendo de ese modo su pena y su desencanto.
- Jesús les explica la Palabra: comenzando por Moisés y siguiendo por los
Profetas, les explicó lo que se refería a Él en toda la Escritura.
Al comentarles la Ley y los Profetas, los libros más importantes del AT, Jesús
se fija en un aspecto muy importante: ¿No tenía el Mesías que padecer para
entrar en su gloria?
Mediante su larga explicación, Jesús les anuncia que la figura del Siervo
anunciada por Isaías (Is 52,13-53,12) se ha cumplido en su persona. Jesús es el
auténtico liberador. Quizás no es el liberador poderoso esperado por la gente de
su tiempo, pero sí el salvador anunciado por las profecías del Antiguo
Testamento.
El resucitado da a los discípulos y, por ellos, a la Iglesia la más importante
regla para la inteligencia de la Escritura. La clave de la Escritura es Cristo
resucitado. Quien no conoce la Escritura, tampoco conoce a Cristo; quien no
conoce a Cristo, tampoco conoce la Escritura. Sólo quien se ha “convertido al
Señor”, quien capta con fe que Jesús de Nazaret es el Mesías e Hijo de Dios
anunciado por Dios, que es el resucitado y glorificado, capta el sentido de las
Escrituras.
- Jesús parte el pan
La explicación de la Palabra ha calado en los discípulos. Llegan ya a la casa de
uno de ellos. Jesús se queda con ellos. Observemos los detalles de su estancia
con los discípulos:
Recostado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió
y se lo ofreció. Lo que aquella noche sucedió en Emaús pudo ser, considerado
históricamente, una comida corriente. Lucas, sin embargo, lo sitúa en una
perspectiva más alta. Lo pinta con los colores del banquete eucarístico. Tal
como él entendió esta comida, “partir el pan es para él celebrar la eucaristía.
Las palabras, con las que describe esta cena (tomó el pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio) nos hacen recordar otros dos momentos
importantes del evangelio: la multiplicación de los panes (Lc 9,16) y la Última
Cena (Lc 22,19), palabras muy semejantes también a las pronunciadas por el
sacerdote en la celebración de la eucaristía.
Se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él desapareció. El proceso de
los discípulos para reconocer a Jesús ha sido largo: primero han reconocido su
pesar y su tristeza, después han escuchado la explicación de la Palabra,
finalmente han partido el pan con Jesús. Es entonces cuando lo reconocen. El
relato de los discípulos de Emaús no es sólo una anécdota edificante, sino que
contiene una verdad importante. La Sagrada Escritura da testimonio del Cristo
resucitado, y la eucaristía da al resucitado mismo vivo y presente. La
eucaristía es signo por el que reconocemos que Jesús resucitó verdaderamente.
Jesús desaparece de su presencia, de la visión de los ojos puramente humanos, y
permanece para siempre en el corazón de aquellos discípulos. Jesús deja de ser
un simple modelo externo que se debe imitar y se convierte en el eje, en el
sentido de la vida de aquellos discípulos. Jesús desaparece de su vista como “el
profeta poderoso en obras y palabras”, y se convierte –en su corazón- en el
verdadero Señor de la Vida.
- Los discípulos vuelven hacia Jerusalén
Ese encuentro implica fuertes consecuencias para sus vidas:
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén. Habiendo experimentado a
Jesús resucitado, aquellos discípulos abandonan el camino del desencanto y
vuelven a recuperar la dirección auténtica de su vida. Por eso se dirigen de
nuevo hacia Jerusalén, la ciudad del sentido. El mensaje del resucitado debe
llevarse a Jerusalén, porque de allí ha de partir al mundo entero.
...donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros que decían: ...ha
resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Una vez en Jerusalén, no se
dirigen al templo. Se encaminan a la Nueva Jerusalén, que es la Iglesia,
representada en el texto por los Once reunidos con sus compañeros. Allí
comparten la novedad de su vida: la certeza de que el Señor ha resucitado. Lo
que los dos discípulos habían vivido en el camino de Emaús y en la fracción del
pan, concuerda con el mensaje pascual de la Iglesia primitiva; ésta edifica su
fe pascual sobre la fe de los Once, y ésta se confirma con la aparición del
resucitado, que fue otorgada a Pedro.
5. La eucaristía
La narración de los discípulos de Emaús es un fiel reflejo de la celebración de
la eucaristía, y de la eucaristía celebrada en el domingo; Jesús resucitado se
hace presente en medio de su Iglesia, de la comunidad reunida en su nombre, en
el primer día de la semana. Esto aparece aquí, en el relato de los discípulos de
Emaús, pero también en el evangelio de Juan (Jn 20), y en el libro de los
Hechos, en donde aparece con claridad que el domingo es el día de la
resurrección de Jesús, es la Pascua, el día de la eucaristía y de la Iglesia
reunida.
Recordemos lo que en este tema nos recuerda el papa Juan Pablo II: “Es preciso
insistir..., dando un realce particular a la eucaristía dominical y al domingo
mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don
del Espíritu, verdadera Pascua de la semana. Desde hace dos mil años, el tiempo
cristiano está marcado por la memoria de aquel “primer día después del sábado”,
en el que Cristo resucitado llevó a los apóstoles el don de la paz y del
Espíritu... Por tanto, quisiera insistir que la participación en la eucaristía
sea, para cada bautizado, el centro del domingo. Es un deber irrenunciable, que
se ha de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino como necesidad de una vida
cristiana verdaderamente consciente y coherente” (NMI 35 y 36).
Comparemos las partes en que se divide nuestra eucaristía con las secciones que
integran la narración:
- Acto penitencial
Al principio de la eucaristía reconocemos con humildad nuestras faltas.
Observamos las ocasiones en las que, en lugar de dirigirnos hacia Jerusalén,
hemos elegido la ruta de Emaús. Confesamos nuestros pecados desde la certeza de
que, aunque nuestra vida haya tomado un derrotero equívoco, el Señor ha
continuado caminando a nuestro lado. Jesús resucitado nos otorga el perdón y nos
recuerda de nuevo la dirección precisa del camino de la vida.
- Lectura de la Palabra de Dios
Leemos escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pero al oír la proclamación
de la Palabra, no la percibimos como la narración de acontecimientos pasados,
sino como la voz de Dios que tiene algo concreto que decirnos en nuestra vida.
La voz de la Palabra en la eucaristía nos comunica siempre dos cosas: Cristo es
el Señor resucitado y sólo en Él encuentra fundamento nuestra existencia. La
Palabra de Dios nos pone en el auténtico camino de la vida cristiana, que no es
otro que estar con los pobres y los débiles de nuestra sociedad.
- Liturgia eucarística
Una vez que hemos reconocido nuestras culpas y hemos escuchado la Palabra de
Dios que nos motiva volver al Señor, celebramos la fracción del pan. Recibimos
después, en la comunión, el Cuerpo de Cristo que se hace carne de nuestra carne.
Dejamos de percibirlo con los sentidos externos, pero lo experimentamos en la
profundidad de nuestro corazón.
- Bendición final y despedida
Propiamente, al final de la eucaristía no se nos despide, sino que se nos
bendice. Se nos invita a anunciar, con la ayuda de Dios, aquello que hemos
celebrado: ¡Cristo ha resucitado! La celebración de la eucaristía motiva a todo
cristiano a convertirse en misionero de la presencia viva del Señor. Ése es el
sentido de la bendición final.
C. REFLEXIONAMOS
La Pascua no es un recuerdo. Es curación, salvación y vida hoy y aquí para
nosotros. El Señor resucitado nos las comunica a través de su Iglesia, cuando
proclama la Palabra salvadora y celebra sus sacramentos, en especial la
eucaristía.
Muchos cristianos, jóvenes y adultos, experimentamos en la vida, como los dos de
Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por circunstancias
personales. Otras, por la visión deficiente que la misma comunidad cristiana
puede ofrecer. El camino de Emaús es muchas veces nuestro camino. Viaje de ida
desde la fe hasta la oscuridad, y ojalá de vuelta desde la oscuridad hacia la
fe. Cuántas veces nuestra oración podría ser: “quédate con nosotros, que se está
haciendo de noche y se oscurece nuestra vida”. La Pascua no es para los
perfectos: fue Pascua también para los discípulos desanimados de Emaús. Tampoco
la eucaristía es para los perfectos.
Nunca se insistirá lo suficiente en la importancia capital que tiene la
eucaristía dominical en nuestra vida cristiana: no podemos vivir nuestra fe, no
podemos sentirnos Iglesia ni ser testigos del Señor sin tomar parte regularmente
en la asamblea eucarística dominical. Deberíamos ayudarnos y animarnos a tener
la experiencia del encuentro con el Señor resucitado: en la eucaristía
compartida, en la Palabra escuchada, en la comunidad que nos apoya y da
testimonio. Y la presencia del Señor curará nuestros males. Este relato de los
discípulos de Emaús quiere ayudarnos a que conectemos la eucaristía con la
presencia viva del Señor Jesús, y a que salgamos de ella, alegres y presurosos,
a dar testimonio del Señor en nuestra vida, con nuestras palabras y nuestros
hechos.
D. NOS COMPROMETEMOS
Después de escuchar esta catequesis sobre la eucaristía en este tiempo de
Pascua, es momento de revisar el modo como vivimos este sacramento:
1. ¿Qué importancia tiene el domingo en mi vida cristiana? ¿Lo vivo como día del
Señor? ¿Qué lugar ocupa la eucaristía en mi vivencia del domingo? ¿Creo que es
imprescindible en mi vida de fe o es sólo el cumplimiento de un precepto?
2. Cuando estoy cansado y desanimado, ¿me recuerda alguien que el Señor camina a
mi lado y que lo descubriré en la celebración de la eucaristía? ¿Ayudo a los
demás cuando noto que su camino es de alejamiento y frialdad?
3. ¿Vivo la eucaristía como celebración de toda la Iglesia o sólo como algo
personal? ¿Cómo participo? ¿Me prestó para algún servicio, canto, me siento
unido a los demás?
4. ¿Necesito de la Eucaristía? ¿Me ayuda la eucaristía a sentirme curado de mis
desencantos y alimenta mi fe? ¿Salgo de la eucaristía alegre y con ganas de
anunciar el evangelio de Jesús?
TEMA VIII: EL PROYECTO CRISTIANO
A. ORAMOS
Monitor
El final de las fiestas de Pascua está marcado por la experiencia de la venida
del Espíritu Santo en Pentecostés. El Espíritu es el gran regalo de Jesús a su
Iglesia, a cada uno de nosotros. Con la fuerza del Espíritu, los apóstoles
iniciaron la gran tarea de la evangelización. Es el momento del anuncio y del
testimonio del evangelio, de la salvación de Dios, que en Jesús se ofrece a
todos, y del proyecto de vida en el que se ha manifestado esa voluntad de Dios.
Los que vivimos la experiencia de la Pascua, los que hemos conocido y creído que
el Señor Jesús está vivo, los que nos hemos sabido amados por el amor grande de
Dios, los que hemos recibido la fuerza del Espíritu, estamos llamados a hacer
presente con nuestro estilo de vida ese proyecto, ese programa de Jesús, para
que todo el mundo crea en aquél a quien Dios constituyó como Señor y Mesías
resucitándolo de entre los muertos.
Lucas sitúa al inicio de la actividad pública de Jesús un episodio en el que el
Señor aparece como el hombre del Espíritu, que viene de parte de Dios para
llevar a cabo un proyecto, un plan de salvación para todos. Se trata del
episodio de la sinagoga de Nazaret (Lc 4,14-22). Este texto nos sirve para
resumir todo lo que ha sido la vida, el ministerio, la muerte y la resurrección
de Jesús, y para sacar como conclusión lo que ha de ser nuestra vida.
Escuchemos ahora, con la misma atención que si estuviésemos en la sinagoga de
Nazaret, las palabras con las que Jesús inicia solemnemente su ministerio.
Lector
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS Lc 4,14-22
Con la fuerza del Espíritu, Jesús volvió a Galilea, y su fama se extendió por
toda la comarca. Enseñaba en aquellas sinagogas y todos se hacían lenguas de él.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su
costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el
volumen del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde está
escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido
para que dé la buena noticia a los pobres.
Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para poner en libertad a los oprimidos,
para proclamar el año de gracia del Señor.”
Enrolló el volumen, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Tosa la sinagoga
tenía los ojos fijos en él. Y él empezó a hablarles:
-Hoy se cumple este pasaje que acabáis de oír.
Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase sólo las palabras
sobre la gracia . Y decían:
-¿No es éste el hijo de José?
Palabra del Señor
(El monitor invita a realizar los tres momentos: lectura, meditación y oración)
Monitor
Invoquemos a Dios, nuestro Padre, y pidámosle que envíe sobre nosotros su
Espíritu, diciendo:
QUE TU ESPÍRITU, SEÑOR, NOS RENUEVE
- Padre Santo, que ungiste a tu Hijo con la fuerza del Espíritu, haz que en toda
tu Iglesia se renueven los prodigios de Pentecostés.
QUE TU ESPÍRITU, SEÑOR, NOS RENUEVE
- Padre bueno, que enviaste a tu Hijo a anunciar y traer la salvación a todos
los hombres, ayúdanos a continuar con fidelidad su proyecto de liberación a
favor de los más pobres y necesitados.
QUE TU ESPÍRITU, SEÑOR, NOS RENUEVE
- Padre misericordioso, que quisiste que tu Hijo manifestara tu amor por medio
del servicio y de la entrega, y que conociera desde el principio la incredulidad
y el rechazo de los suyos, danos la fuerza de tu Espíritu para que no nos
desanimemos y trabajemos por el bien de los demás con la entrega de nuestra
propia vida.
QUE TU ESPÍRITU, SEÑOR, NOS RENUEVE
- Por el área de Jóvenes y la de adultos, por el Consejo pastoral y el de
economía para que nos ayuden a descubrir el proyecto que Dios tiene en nuestras
vidas y en la vida de nuestra parroquia, haciéndonos sensibles a la llamada del
Espíritu y valientes a su propuesta.
QUE TU ESPÍRITU, SEÑOR, NOS RENUEVE
(Oraciones libres)
PADRENUESTRO
B. CONOCEMOS
Este texto actúa como una especia de bisagra entre la introducción y el resto
del evangelio. Recoge el contenido del relato de la infancia: Jesús es el Señor
que está en las manos buenas de Dios Padre. Y desde esta certeza, anuncia el
gran mensaje de Jesús para todos los hombres y mujeres: la buena nueva de la
liberación.
Detengámonos en el análisis de cada uno de los elementos que aparecen en él.
1. Fue a Nazaret donde se había criado...
Nazaret era una aldea pequeña y poco importante, situada en la provincia de
Galilea, al norte de Palestina. Al señalar el texto que Jesús se crió en
Nazaret, nos indica las características sociales que influyeron en su educación:
vivir en una aldea pequeña en que la mayoría eran emigrantes judíos trabajadores
de la construcción o de las canteras; participar de la intensa espiritualidad
judía contrapuesta al ambiente liberal y cosmopolita de las ciudades
helenizadas; recordar la represión romana contra los intentos judíos de
sublevación, etc. Además, los comienzos de la misión de Jesús recibieron la
impronta de esta ciudad, que carecía de importancia y era incrédula, que se
escandalizó de su mensaje y trató de quitarle la vida. Sus comienzos son
comienzos de la nada, de la incredulidad, del pecado, de la repulsa... Y sin
embargo comenzó.
2. Entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados...
Una sinagoga era un edificio en el que se encontraban los judíos cada sábado
para leer la Sagrada Escritura y rezar unidos. Se leía siempre un fragmento del
Pentateuco en forma continuada y luego alguna página de los Profetas. Todo
israelita varón tenía el derecho a hacer esta lectura y de añadirle una
exposición, unas palabras de exhortación. La celebración concluía con una
plegaria y una invocación al Señor. Además de su función celebrativa, la
sinagoga desempeñaba un importante papel catequético, era lugar de instrucción
para los varones en todo lo que representaba la fe judía. De la misma manera que
las actividades del templo estaban orientadas por los sacerdotes y el grupo
saduceo, las tareas sinagogales dependían del fervor fariseo.
Jesús, como todo judío practicante, se dirige el sábado a la sinagoga.
3. La lectura de Jesús
En la sinagoga Jesús recibe el libro del profeta Isaías (Is 61,1-2), lo
desenrolla y procede a su lectura. Jesús, al leer este texto, cambia la forma de
un versículo: donde Isaías dice “para vendar los corazones desgarrados, Jesús
lee “y la vista a los ciegos”. Además, omite parte de un versículo: las palabras
de Isaías “el día del desquite de nuestro Dios” no aparecen en la lectura de
Jesús. Vamos a comentar ahora, con sencillez, estos dos cambios:
- Alteración de un versículo
Isaías dice “para vendar los corazones desgarrados” y Jesús lee “y la vista a
los ciegos”. ¿A qué puede deberse esta variación en el texto del profeta?
Lo escrito en Isaías y lo leído por Jesús no son textos contradictorios. Ambos
describen el sufrimiento humano. En el pensamiento semita el corazón
representaba el centro de la persona. En él tenían su lugar apropiado los
sentimientos y las opciones del hombre: la amistad, la plegaria, la fe. Tienen
el corazón desgarrado aquellos que en su existencia han padecido por cualquier
motivo. Por otra parte, el ojo es la lámpara del cuerpo. Ciego es aquél que no
puede ver físicamente, pero metafóricamente representa a todos los impedidos de
ver la realidad de su vida o discernir esperanza en su futuro. Por tanto, las
dos expresiones son diversas en cuanto a forma, pero semejantes en cuanto al
contenido: aluden a todo tipo de personas sin esperanza, que se consideran
abandonadas y no saben cómo salir de su situación.
A pesar de la semejanza de estas dos expresiones, cuando Jesús sustituye una por
la otra lo hace por algún motivo concreto. La expresión “y la vista a los
ciegos” aparece en un lugar muy importante del AT: los Cánticos del Siervo de
Yahvé. En el primero de estos cánticos (Is 42,1-7) aparece un texto muy
semejante al proclamado por Jesús en la sinagoga, y que incluye la frase: “para
abrir los ojos a los ciegos”. Jesús ha sustituido lo que dice Is 61,1 por lo
escrito en Is 42,7. Con ese cambio Jesús nos revela algo fundamental: Él es el
liberador definitivo esperado por todo el AT. La liberación que Él propone no
será el resultado de un paseo triunfal. Él, como Siervo de Yahvé, experimentará
el oprobio, el rechazo y la muerte. Pero la experiencia de fracaso no será el
final de su vida. Al igual que el Siervo, Él será rehabilitado por Dios y
propuesto como luz de las naciones.
El proyecto de Jesús, al igual que el proyecto cristiano, no es simplemente un
“proyecto” redactado sobre papel. Es un vida de servicio y entrega. Cuando Jesús
lee en la sinagoga el libro de Isaías, ve reflejado en él su propio proyecto.
Jesús no se limita a leerlo. Al incluir esta pequeña frase del primer Cántico
del Siervo, nos está diciendo que Él mismo se hace proyecto. Él será el primero
en experimentar la liberación que predica, y lo será pasando por la dureza de la
cruz.
- Eliminación del fragmento de un versículo
Jesús evita decir. “...el día del desquite de nuestro Dios”, y se limita a
pronunciar la parte positiva del texto del profeta “...para proclamar el año de
gracia del Señor”.
La asamblea sinagogal había pasado por alto el primer cambio del texto, pero no
tolera el segundo: Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase
sólo las palabras sobre la gracia. La reacción del público nos hace ver que esta
omisión no es un matiz del texto; es una omisión realizada conscientemente por
Jesús y que altera los ánimos de los reunidos. ¿A qué se debió este
enfurecimiento?
Las sinagogas estaban en manos de los fariseos. Éstos tenían una interpretación
muy particular de este texto de Isaías. Opinaban que todo lo referido al “año de
gracia” se dirigía especialmente a ellos: cuando llegara el Mesías e instaurara
su reino, derramaría su gracia sobre los fariseos en compensación por el
esfuerzo que habían realizado para preparar su venida. Por otra parte, pensaban
que la expresión “...el día de la venganza de nuestro Dios” se dirigía en contra
del resto del pueblo, que por su supuesta impiedad no hacía posible la llegada
del reino.
Jesús no pronuncia las palabras de Isaías porque en el reino de Dios, que él
predica, caben todos. Su mensaje programático es en su totalidad mensaje de
liberación: a los cautivos, a los pobres, a los ciegos, a los oprimidos, a los
que han perdido el rumbo en la vida, aquéllos a quienes los fariseos tenían por
gente nefasta. En el programa de Jesús no hay lugar para la venganza y el
desquite: sólo tienen cabida la gracia y la misericordia.
4. La homilía de Jesús
Una vez concluida la lectura, Jesús enrolla el volumen y lo devuelve al que le
ayuda. La asamblea se sienta aguardando las palabras de Jesús. Su homilía es muy
breve: Hoy, en vuestra presencia, se ha cumplido este pasaje.
- Hoy
La palabra hoy adquiere una connotación muy especial en el tercer evangelio.
Casi todas las veces que aparece, viene acompañada por la palabra salvación:
“Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador” (Lc 2,11). Cuando Jesús
cura al paralítico la gente exclama admirada: “Hoy hemos visto cosas admirables”
(5,26). Cuando Zaqueo fue transformado en su corazón por la llamada de Jesús y
prometió cambiar de vida, Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta
casa” (Lc 19,9). O cuando el ladrón le pide a Jesús que piense en él cuando
llegue a su reino, Jesús le responde: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc
23,43).
- En vuestra presencia se ha cumplido este pasaje
Estas palabras dicen que el tiempo de la fe, de algún modo, ha terminado. Dios
es fiel a las promesas; pero las palabras siguen siendo enigmáticas, porque
Jesús no dice: “Yo soy el Mesías”, y no aparece claro todavía que sea en él en
quien se cumple la Escritura; por eso la gente pregunta: “¿Qué está
sucediendo?”.
Jesús se refiere más bien al Reino que está construyéndose y, por tanto, está
aludiendo indirectamente a sí mismo. Pero Lucas no ha querido decirnos más; sólo
ha querido recordar que Jesús, fiel a su programa, muestra que ha llegado el
momento de la salvación, el momento de máxima intervención a favor de los
pobres, de los abandonados, de aquel Israel abandonado y oprimido que engloba a
todos los que se sienten fuera del círculo de los que detentan el poder.
No debe extrañarnos la reacción de sus vecinos: Pero, ¿no es éste el hijo de
José? Poco a poco va creciendo el escepticismo y la desconfianza: “Habla bien,
pero, en el fondo, ¿quién es y qué ha hecho este individuo? Se dicen muchas
cosas de él...: ¿por qué no las demuestra?”. Y de ahí a la desilusión: “¿Por qué
no se preocupa más de nosotros? ¿Por qué, si es tan bueno, nos ha abandonado
hasta ahora y se ha ido a otros lugares? ¿Por qué no hace nada por su ciudad?”.
El texto termina con la pretensión por parte del pueblo de Nazaret de acabar con
Jesús. La Palabra de gracia cae mal y es rechazada.
C. REFLEXIONAMOS
El episodio de la sinagoga de Nazaret nos ha presentado el proyecto de Jesús. Y
mostrándonos ese proyecto nos enseña cuál ha de ser el proyecto de vida
cristiana.
Jesús aparece desde el principio como el enviado de Dios, el ungido, el lleno
del Espíritu. Y aparece también como el que anuncia la salvación a los pobres, a
los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos. Es éste un buen retrato de Jesús.
Jesús no se limita a anunciar en Nazaret un plan de vida teórico. Él se
compromete con su propia vida en aquel proyecto. Jesús vivirá en su propia carne
la narración del profeta Isaías. Él será el Mesías humilde que, desde la
humildad y la entrega, propiciará la salvación de todos.
Él será el salvador, que aparecerá a los ojos de los hombres como un fracasado
en la cruz, pero a través de la entrega de su vida nos dará la auténtica Vida:
la Vida Nueva que brota el domingo de Pascua. La admiración, primero, y el
rechazo y la persecución, después, son ya desde el inicio la síntesis de las
reacciones que Jesús va a suscitar a los largo de su ministerio, acabando en la
cruz. Con la convicción de que después de la cruz viene la resurrección.
Cristiano es aquel que, lleno del Espíritu del Señor, proclama en su entorno,
tanto de palabra como de obra, la liberación de Jesús. Aquel que no sólo habla,
sino que compromete su vida en aquellas cosas que predica. Aquel que, desde la
experiencia de la vida compartida, la humildad y el servicio, transmite a todos
la Vida Nueva de Jesús. También a nosotros, que somos la Iglesia de Jesús, nos
pasará lo mismo que a él. No nos extrañen que fracasen muchos de nuestros
esfuerzos, como fracasó Jesús en muchas ocasiones. En el seguimiento de Jesús
hay momentos favorables, en que todo va bien, pero también hay penas, fatigas y
noches en blanco. La Palabra que Dios nos ha confiado es entrega a Dios, y esa
entrega puede terminar de cualquier manera. Nos entregamos a él, no tanto para
que nos conserve entre algodones, sino incluso para estar allí donde puede que
tengamos que sufrir y, de ese modo, hacer realidad la liberación radical de
nuestro corazón, nuestra capacidad de anunciar la Palabra auténticamente; una
entrega que significa, pues, la aceptación radical de la suerte de Cristo.
D. NOS COMPROMETEMOS
Al finalizar este curso, en el que nos hemos dejado guiar por el evangelista
Lucas, y después de reflexionar sobre el proyecto que Jesús vive y nos propone,
nos preguntamos:
1. ¿Qué lugar ocupa el Espíritu Santo en nuestra vida cristiana? ¿Nos sentimos
ungidos por el Espíritu de Dios? ¿Dejamos que él transforme nuestras vidas?
2. ¿Hacemos nuestro el proyecto de Jesús? ¿Como él, nos sentimos llamados a
atender a los pobres, a anunciar la alegría a todos, a ofrecer la liberación
integral a los que padecen alguna clase de esclavitud? ¿Es ése el programa de
nuestra comunidad parroquial? ¿Cómo lo hacemos? ¿Somos nosotros mismos esos
pobres que se dejan alegrar por el anuncio de Jesús?
3. ¿Hacemos acepción de personas? ¿Pensamos que el evangelio de Jesús, sus
palabras de gracia son sólo para unos cuantos? ¿Somos de los que piensan que hay
algunas personas que no son merecedoras de escuchar este anuncio?
4. En nuestra entrega a Dios, en el anuncio del evangelio, ¿aceptamos la
realidad de la cruz, del posible fracaso, de no actuar para contentar a los
demás, sino por fidelidad al evangelio? ¿Nos desanimamos cuando nuestras tareas
parroquiales no salen como nosotros hemos planificado? ¿Perdemos la esperanza
cuando, personal o comunitariamente, no logramos los objetivos que nos hemos
propuesto? ¿Experimentamos que también Dios está a nuestro lado cuando las cosas
no van bien? ¿Nos fiamos de él?
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