Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Torrent

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Charlas 2003-04: Tema II: La Humildad, Conocemos

 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18,9-14

 

      A algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, les dirigió esta parábola:

      -Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano.

      El fariseo se plantó y se puso a orar en voz baja de esta manera: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano”.

      El publicano, en cambio, se quedó a distancia y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; no hacía más que darse golpes en el pecho, diciendo: “¡Dios mío!, ten misericordia de este pecador”.

      Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

 

Palabra del Señor

 

El fariseo y el publicano van a orar al templo: no van a encontrarse con Dios en un lugar cualquiera. El Templo representaba el centro del judaísmo: representaba, de un modo visible, la presencia misma de Dios en medio de su pueblo. Por tanto, el fariseo y el publicano presentan al Señor su plegaria en el mismo ámbito de la presencia divina. Su plegaria ante el Señor tiene la connotación de que quiere ser una oración realizada muy cerca de la presencia misma de Dios.

 

1. El fariseo

            Los fariseos constituían un grupo religioso importante en la época de Jesús. Ellos observaban la corrupción galopante de la sociedad. No veían ninguna salida a esta situación a no ser por una intervención directa de Dios en la historia humana. Por ello intentaban convencer a Dios para que mandara un redentor, un mesías. Lo hacían con un método peculiar: el cumplimiento estricto y escrupuloso de las normas legales.

 

            Ellos eran especialmente escrupulosos en el cumplimiento de estas tres leyes:

 

-                     La observancia meticulosa del sábado.

 

-                     La ley de pureza en los alimentos y en las relaciones con las personas y cosas.

 

-                     El pago escrupuloso de los diezmos.

 

Las obras de bien debían igualar delante de Dios a las posibles faltas cometidas. La obsesión por el cumplimiento preciso de los pormenores de la Ley, daba lugar a que los fariseos se separaran del resto de la gente. La palabra fariseo significa separado.

 

            Básicamente, los puntos débiles de la espiritualidad farisea son tres:

 

-         Su vida espiritual tendía a quedarse en lo exterior.

 

-         Como hacer todo lo mandado por la Ley era una tarea difícil, no al alcance de todas las personas, los fariseos se creían superiores a los demás y despreciaban al resto de la población, a la que tenían por inculta e impía.

 

-         La negación de la propia responsabilidad. Los fariseos observaban la miseria de la vida cotidiana, pero hacían poca cosa por remediarla. Se limitaban a pedir a Dios que interviniera y que Él pusiera remedio al dolor de los hombres. Era una espiritualidad que se evadía de la realidad del sufrimiento humano, y ponía la solución sólo en la intervención divina.

 

2.  El publicano

           

Los publicanos eran los encargados de cobrar los impuestos. Además, los publicanos habitualmente exigían a la gente más de lo debido con la finalidad de enriquecerse a sí mismos. Contaban con el respaldo militar, con el que podían extorsionar a las gentes.

 

            Un publicano era pecador por triple motivo:

 

-         Extorsionaba al pueblo cobrando impuestos excesivos, y practicaba la injusticia sometiendo a la población insolvente a la esclavitud.

 

-         Era un colaboracionista del poder romano, con lo que ayudaba a la continua erosión y decaimiento de la fe judía.

 

-         Gracias al cobro de impuestos se mantenía firme el poder romano en Palestina. La presencia de una potencia extranjera en Israel provocaba, según los fariseos, que a los ojos de Dios el país judío apareciera como un lugar impuro. Y por eso Dios retrasaba el envío de un Mesías y la instauración de su reino.

 

El pueblo aborrecía a los publicanos por su actitud casi siempre injusta. Eran considerados colaboracionistas del poder romano y opresores del pueblo. Se los expulsaba de los ambientes judíos y de la relación con el culto. No les estaba permitido participar en la liturgia sinagogal, ni en las fiestas religiosas de la fe israelita.

 

3. Actitud de los personajes.

           

 

Vamos a fijarnos ahora en la actitud de humildad u orgullo de cada uno de los personajes:

 

a) Actitud del fariseo

La actitud de su plegaria se caracteriza por su autosuficiencia y se dirige en dos direcciones: hacer notar las faltas de los demás y destacar las obras de piedad externa que él mismo realiza.

 

-         Autosuficiencia: Dios mío, te doy gracias por no ser como los demás...

 

Esta oración refleja un orgullo muy refinado; podríamos parafrasearla diciendo: “Dios mío, te doy gracias porque yo mismo, sin necesitarte a ti para nada, y únicamente con mi esfuerzo ascético personal, he conseguido a llegar a ser lo que soy”. Este fariseo ha llegado a ser perfecto exteriormente, pero no se ha convertido interiormente; se ha pasado la vida luchando por la perfección, sin buscar el deseo de la santidad.

 

-         Las faltas de los demás

Su orgullo y el pensar que lo que él es, se lo ha ganado con su esfuerzo,  le hace incapaz de descubrir su propio pecado y de aceptar el de los demás. Contempla a los otros como competidores en el camino de la perfección; y los desprecia porque son ladrones, adúlteros e injustos.

 

-         Destaca las obras externas de piedad

Cumple bien y con escrupulosidad los pormenores de la Ley. Pero no se contempla a los ojos de Dios. El fariseo olvida pronto a Dios; lo que importa es el yo. Es incapaz de discernir en sí mismo aquello de lo que debe corregirse y comprender aquello en lo que debe aceptarse. Lucha por la perfección pero su corazón está cerrado a la misericordia de Dios. Se constituye orgullosamente en un ser aparte.

 

b) Actitud del publicano

Sus palabras son más escuetas pero más elocuentes que las del fariseo:

 

Se muestra, en sus gestos, consciente de su culpabilidad personal. El publicano no rehuye su responsabilidad personal frente a la situación de dolor que el sistema impositivo ha generado en todo Israel.

 

El publicano siente respeto y miedo ante Dios, sabe que Dios no permanece indiferente ante el mal que causamos culpablemente a los hombres.

 

Al abrir su corazón descubre un pecado muy profundo: el cobro de impuestos desorbitados, el uso de la fuerza para extorsionar al débil, la situación de país conquistado sufrida por los judíos. Las leyes humanas justificaban el proceder de los recaudadores, pero el publicano sabe que su proceder ante Dios no tiene justificación alguna. Pide a Dios lo único capaz de cambiar radicalmente su existencia, que no es otra cosa sino la misma misericordia de Dios. Él no puede por sí solo romper el círculo vicioso en que se encuentra: necesita abrir su corazón a Dios y que Él intervenga.

 

c) Respuesta de Jesús

Sólo quien abre su corazón a Dios puede recibir su misericordia. La gracia de Dios no suple la responsabilidad humana. Dios siempre está a nuestro lado dispuesto a derramar su misericordia en nuestra vida, pero de nosotros depende abrir confiadamente nuestro corazón a su Palabra. Eso significa “el que se humilla será ensalzado”, el que abre su vida sinceramente ante Dios, recibe su perdón, y el perdón hace posible la vivencia de una existencia convertida. La expresión “el que se ensalza será humillado” denota a aquella persona que vive cerrada, tanto en sí misma como respecto de Dios: no experimenta el perdón de Dios y como consecuencia no puede convertirse; su vida siempre es una vida disminuida.

 

 

La parábola del fariseo y el publicano pretende enseñarnos la naturaleza de la humildad cristiana. La humildad es la virtud de ser realista ante la vida que nos ha tocado vivir. Humilde es aquél que mirándose a sí mismo se ve tal cual es, que contempla a los demás tal como son, y que intenta observar el mundo como realmente se presenta. Esta humildad sólo crece y se desarrolla cuando estamos en contacto con los pobre y débiles de nuestro mundo. Ellos nos hacen tener los pies en el suelo y ser realistas ante la vida.

 

            La verdadera humildad es lo único que permite el crecimiento personal. El humilde, al contemplar la interioridad de su vida, descubre siempre dos cosas: aquéllas de las que debe convertirse y aquéllas en las que debe aceptarse. Cuando nos damos cuenta de eso, nuestro corazón está ya abierto a Dios y presto a participar de su ternura; podemos encontrar al Dios de la misericordia que sale a nuestro encuentro. Además, la humildad es el “suelo”, la “tierra”, donde pueden crecer las demás virtudes (humildad procede del latín “humus”, que significa “tierra”).

 

            Lo opuesto a la humildad es el orgullo. Ser orgulloso es sinónimo de ser necio. Implica tomar una actitud irreal ante la vida, y pasar toda la existencia sin llegar a conocerse a sí mismo ni a los demás. Y esto, tristemente, cierra nuestro corazón al Dios de la misericordia.

 

 

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