Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Torrent

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Capítulo II: La Configuración de una Cristiandad Barroca (Siglos XVII-XIX)

 

Introducción

La mala situación en que se encontraba la Iglesia todavía a principios de la edad moderna, exigía una reforma, que vino propiciada con la celebración del concilio de Trento, que tuvo lugar en dicha ciudad italiana entre los años 1545 y 1563. Pero anteriormente al mismo se respiraba en el ambiente la necesidad de acabar con las costumbres decadentes del clero, que de ninguna manera alentaban la fe de los feligreses. En este contexto se celebraron en las diócesis algunos sínodos donde ya se adoptan acuerdos que preconizan las decisiones que se tomarán en Trento. El primer sínodo que se celebró en la diócesis valentina con anterioridad a la reforma tiene lugar en el año 1548, convocado por el arzobispo Tomás de Villanueva. Con posterioridad a las primeras disposiciones tridentinas el arzobispo don Martín Pérez de Ayala celebró en 1655 un concilio provincial con la finalidad de adaptar la legislación a los nuevos canones reformadores. Dos meses después de su conclusión celebró en Valencia un sínodo diocesano con el fin de aplicar la problemática del concilio provincial a las necesidades concretas de la diócesis. Pero el verdadero artífice de la aplicación de la reforma del concilio de Trento a la realidad de la diócesis valentina estuvo en manos de otro santo, Juan de Ribera, quien desde su sede adaptó a través de sus siete sínodos, celebrados en 1578, 1584, 1590 (mayo), 1590 (octubre), 1594, 1599, y 1607 respectivamente, la legislación tridentina a la realidad concreta de la diócesis de Valencia. Posteriormente sus disposiciones se completaron con los sínodos de fray Isidoro Aliaga de 1631, de fray Pedro de Urbina de 1657, y de fray Juan Tomás de Rocabertí en 1687, cuyas disposiciones estuvieron vigentes hasta mediados del siglo XIX.

Este amplio panorama legislativo sentó las bases de un modelo de cristiandad barroca que caracterizó la vida de la Iglesia durante tres siglos, esto es, desde época postridentina hasta mediados del siglo XIX, aunque algunos aspectos referentes a la liturgia y al culto todavía permanecieron vivos prácticamente hasta la celebración del concilio Vaticano II. Las disposiciones sinodales se vieron reflejadas puntualmente en todas las parroquias de la diócesis gracias a la generalización de la visita pastoral como un instrumento que garantiza al ordinario diocesano un conocimiento directo y un control de la actividad parroquial.

Trento va a aportar un nuevo modelo de parroquia. Durante la edad media la parroquia prácticamente estuvo administrada y gobernada por clero, sin haber apenas lugar a la participación de los laicos en las tareas parroquiales. El ideal de religiosidad tridentino, basado en el culto, conlleva intrínseco una mayor complejidad en la estructura organizativa de la parroquia con el objetivo de poder acometer este fin. Las consecuencias más directas de fueron la potenciación de la figura del rector, y la consolidación de un clero beneficial bastante numeroso, fruto de las fundaciones pías de beneficios y capellanías. También los laicos tuvieron un lugar en esta nueva estructura participando en algunos cometidos de la organización parroquial, sobre todo en la obrería, junta de fábrica, administraciones y cofradías, aunque siempre supervisados directamente por la jerarquía eclesiástica. Al mismo tiempo participaron en otros cometidos relacionados con las celebraciones del culto, como son el tocar las campanas, tañer el órgano, recaudar las rentas, dirigir el coro, etc. En época postridentina asistimos también a un auge de la religiosidad popular, aunque siempre bajo el control de la jerarquía eclesiástica que impedía cualquier desviación que atentara contra la dignidad del culto. Esta religiosidad aparece sobre todo canalizada por las cofradías, y por las fiestas y clavarías instituidas a nivel local por los jurados.

En definitiva, la labor unificadora del concilio de Trento creó las bases para una liturgia barroca que exalta los aspectos mistéricos de la fe, basada en una gran riqueza ornamental y en un gusto por la teatralidad, propia de las tendencias artísticas de la época manifiestas en la arquitectura y pintura religiosa.

Las fuentes consultadas nos indican que durante este período la parroquia de Torrent experimentó un amplio crecimiento demográfico. De 1610 a 1732 el número de almas de comunión pasó de 1.140 a 4.000. De 1622 a 1663 se observa un descenso de este indicador demográfico, registrándose 1.092 y 1.100 almas respectivamente. Pero en apenas un siglo las almas de comunión se cuadruplican, pasando a alcanzar las 4.000 en el año 1732. El censo de Floridablanca ya nos aporta con toda exactitud el número de habitantes totales de la población, alcanzando la cifra de 4.317. Este censo recoge además una clasificación profesional de la población, donde observamos que alrededor del 90 % de los habitantes obtenían sus recursos del trabajo de la tierra.

 

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