Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Torrent

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Área de Matrimonio y Familia: Novios,   Reuniones Bloque III

 

Sexualidad humana

 

El hombre no llega a ser sí mismo más que en  el encuentro con el otro. Por esto podemos decir que la persona es ante todo relación, y esta relación no se cumple verdaderamente más que cuando es don para el otro.

Es desde esta perspectiva desde la que deberemos entender la sexualidad como la que viene a jugar un papel decisivo en el encuentro con el otro. La condición sexual del hombre establece una coloración especial o una variación cualitativa en su dialogo interpersonal. Toda relación con el “otro” es una relación matizada por el tono de lo sexual.

 

Por este motivo, la sexualidad humana no puede explicarse únicamente al nivel puramente biológico, sino que está abierto a una instancia superior al hombre (biológicamente no es el peso hormonal sino el sistema nerviosos central el que juega el papel decisivo)por lo que debemos  afirmar que en el hombre la sexualidad es mucho más que la genitalidad y la procreatividad. No es realidad estática que se nos da definitivamente, sino que debemos madurarla hasta que sea una fuerza integrada desde una vivencia consciente y tranquila del impulso y del comportamiento sexual.

 

         Es la  sexualidad la que lleva en el hombre el deseo de ir hacia el otro: el encanto, el encuentro, el impulso, el amor, la transmisión de la vida. Podríamos decir que es la forma más hermosa y profunda de expresarse, desde todo mis ser, desde lo más intimo.

 

La sexualidad es pues una forma de expresión única en donde toda mi existencia, todo mi “yo” queda englobado. La influencia del dualismo griego y del neoplatonismo ha hecho que se desligue mi cuerpo de mi ser, creyendo que puedo entregar mi cuerpo sin entregarme “yo”.

 

  El cuerpo humano con su sexualidad, con sus genitales, es la inscripción corporal de la diferencia y  la diversidad, tiene en sí mismo un carácter esponsal. El cuerpo del otro se descubre como complementariedad y como portador de una vida que siento vibrar en él, pero que queda fuera de mi poder.

 

De esta manera el ejercicio de la sexualidad (también de la genitalidad) debe ser una llamada a la no-posesividad y a la generosidad que lleva a tratar al otro como un fin y no como un medio...

 

Es necesario que al descubrir la genitalidad como una forma de expresión  única, tengamos en cuenta varias cosas:

 

 

El joven tiene una liberación, una independencia, y hasta una suficiencia económica, que sumado al adelanto de la pubertad, la prolongación de la juventud, y el retraso del matrimonio por razones socioeconómicas y de estudio, hace que el prolongamiento del noviazgo y la supererotización de la sociedad originen una tensión hacia la relación sexual.

Ante este hecho, nos encontramos con diversas argumentaciones sobre la licitud o ilicitud de las relación sexuales prematrimoniales. Los argumentos que creemos decisivos nacen de estas dos preguntas:

La relación entre novios, ¿puede ser expresión auténtica de un amor total y definitivo?.

¿Pueden tener los novios una vinculación interpersonal suficiente para mantener una comunidad sexual auténtica?

 

Tengamos muy en cuenta lo que significa el matrimonio para nosotros como cristianos. No es un hecho social, es la capacitación para amar desde el amor de Dios, la unión que no nace solo de nosotros, sino de Dios.

La intimidad de ser don para el otro, se abre a una relación que participa del mismo amor de la Trinidad, a la entrega  de sí mismo. La relación sexual matrimonial participa del ser Trinitario, padre y madre, se abren a una tercera persona que nace fruto de su amor; en donde el placer que nace de un amor que se entrega con totalidad debe entenderse como una gran experiencia mística, total, plenificante.

El ejercicio de la sexualidad esta cargado de un compromiso y de una promesa que van más allá del sentimiento y del placer. Entregarse corporalmente significa decirle al otro: “Te amo”, o lo que es lo mismo. “Estoy dispuesto a ayudarte en el desarrollo de lo mejor de ti mismo.”

Por eso hacer el amor significa “construir el amor”. Es la vía de los esposos que tratan de hacerse presentes hasta con sus cuerpos. Es la forma más importante de crear un lazo profundo del que tenemos necesidad para ser capaces de compartir toda nuestra vida.

Por ello no puede ser un acto aislado de la relación, sino un medio más de comunicación, de crecer en el amor... Hay que ser conscientes del momento del otro. Que sea gratificante para ambos.

Hacer de la actitud  sexual una construcción del amor es un arte de auténtica espiritualidad, es decir, una puesta en acción profunda del sí del uno al otro, en cuerpo y alma.

Es necesario hacer de la relación sexual una construcción del amor, ya que es el medio más poderoso para contrarrestar el egoísmo.

 

Por último debemos tener en cuenta que es necesario no tener una visión idealista de nuestra sexualidad, ya que está, como todo en el hombre, está tocada por el pecado... es la paradoja de la desnudez del Paraíso. La sexualidad no se vive como don, sino como intento de aplacar mis necesidades: faltas de reciprocidad, ausencia de respeto, amistades rotas, infidelidades, esclavitud del instinto,...

 

Ante esto podemos caer en la tentación de medir la sexualidad desde nuestra posibilidad, ajustando el listón a nuestra medida, con miedo a descubrir la grandeza a la que se nos llama (este es el caso de los que nunca se confiesan de pecados sexuales ¡son ángeles!. Piensan ante su debilidad que no es pecado, que no tiene importancia.).

  O por el contrario ante la dificultad de vivir la sexualidad como se nos propone, podemos amargarnos, frustarnos, señalar la sexualidad como negativa y no vivirla en toda su grandeza. (Estos viven con mucho dolor la confesión: o constantemente se confiesan de cualquier pecado relacionado con el sexo como si fuera El pecado, o por miedo, vergüenza... nunca se atreven a confesar sus pecados sexuales, dejándoles un sabor a engaño en cada confesión.

 

 

 

Como creyentes debemos por lo tanto descubrir qué es la sexualidad como don de Dios, cual es la grandeza a la que se nos llama, y a la vez reconocer nuestra incapacidad para vivir sin la ayuda del Espíritu esta donación total al otro sin buscarme a mí mismo.

La sexualidad como todo en la vida debe vivirse desde la mística, desde el reconocimiento de mi debilidad y la petición constante al Padre de vivir según su proyecto.

 

Dios llamó a la libertad a su pueblo en Egipto, le confirió su Ley después de que el pueblo hubiera experimentado la liberación.

 

 La ley de Dios quiere liberarnos, no esclavizarnos. Nos sabe débiles y viene en nuestra ayuda. Abrámonos a su gracia y como decía Santa Teresa, el santo no es el que no peca, sino  el que cuando cae reconoce su miseria y deja que Dios lo levante y lo abrace.

 

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