Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Torrent

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Área de Matrimonio y Familia: Novios,   Reuniones Bloque III

 

PROYECTO DE PAREJA

 

LA ECONOMÍA

 

        Este es otro de los “grandes temas”, inevitables, sobre el cual toda pareja se hace un planteamiento, aunque sea mínimo en algún momento. Aunque sólo sea “hacer números” para ver “si nos llega para casarnos, si podemos comprarnos un piso, o nos conformamos con alquilar un apartamento para poder ahorrar...”

          Siempre hay una cierta proyección de lo que serán los ingresos de la pareja y sus gastos mínimos. Frecuentemente estas reflexiones son tan importantes que se convierten en el factor decisivo para que una pareja se decida a casarse: nos casamos “cuando podemos” y no cuando nos queremos lo suficiente, o estamos preparados para hacerlo.

          En el otro extremo estarían los planteamientos para los cuales “hasta que no tengamos dinero suficiente...”. Ese “suficiente” se convierte en una trampa, cada vez más difícil de alcanzar, porque no estamos dispuestos a renunciar a un ápice de calidad material de vida. Y así se va posponiendo la fecha de la boda, o el momento de tener niños, porque hasta que no tengamos esto o aquello... ¡todo!, no es momento de hacer sacrificios.

          Entre ambos extremos, un poco caricaturizados, se mueve la generalidad de las parejas, para las que la economía se convierte en un quebradero de cabeza en el que poner orden.

          De otro lado, para combatir la mentalidad que considera el tener como más importante que el ser , es necesario hablar de pobreza y proponerla nuevamente como valor, ya que incluso las parejas y familias cristianas se ven envueltas en esta mentalidad que impide la atención a temas más vitales.

          Los riesgos son especialmente dos: uno es hablar de la pobreza y mientras tanto adaptarse acríticamente a la línea de tendencia general; el otro exaltar la pobreza como valor en sí mismo, sin asociarlo a la caridad.

          A la luz de esta situación, queremos suscitar en todos las necesarias preguntas sobre el origen y el sentido de la profunda insatisfacción que el hombre moderno siente dentro de sí y que se transparenta en sus vivencias.

          ¿Cuál es la razón que lleva al hombre a querer poseer siempre más, cuando se da cuenta de que cada suceso alcanzado en el plano de la propia realización económica, constituye solo una satisfacción ficticia, efímera, que empuja siempre hacia la superación y la búsqueda de algo más?.

          La prosperidad material a menudo ha sido conseguida en deterioro de la dignidad del hombre. Palpamos una degradación de la humanidad creciente día a día, la violación de los derechos, incluso los más elementales, y todo tipo de corrupción y de injusticia social. ¿Cómo es posible que en estas condiciones pueda nacer la auténtica libertad del hombre, lo que lo hace sentirse humanamente realizado?.

          Cristo se propone como el liberador, el que llega para completar el rescate de todos aquellos que están marginados, perseguidos, y es el primero en compartir esta misma condición. Jesús no desdeña ningún bien de este mundo, pero se sirve de ellos solo en la medida en que le son necesarios. Él llega para proponer la exigencia nueva y radical del Reino y la realiza con una libertad soberana respecto de los bienes, con una sobriedad extrema en el poseer.

          El mensaje evangélico puede resumirse en estos términos: es Dios el que nos hace ricos en la medida en que nos encuentra pobres.

          La pobreza nos convoca a desplazar nuestra atención de la lógica del tener a la lógica del ser. Dios no nos llama a vivir en la opulencia, pero tampoco a sobrevivir en la miseria, en la indigencia; nos ha dado los bienes de la tierra para gozarlos en la búsqueda de nuestra plena realización. Lo que el Señor nos pide es que no nos apeguemos a los bienes que poseemos y que nos han sido dados, sino que los disfrutemos con la libertad de los hijos de Dios; solo así podemos declarar que Él es efectivamente el Señor de nuestra vida.

          Vivir una opción de pobreza, entendida como capacidad de hacer nuestro el mensaje que nos dejó Jesús, conduce necesariamente a compartir, poner en comunión nuestros bienes, y a nosotros mismos, con nuestros hermanos. No podemos prescindir de esta condición, si deseamos que llegue el Reino de Dios, o sea, que se manifieste la presencia de Dios entre los hombres.

          Vivir la pobreza, expresar nuestra libertad soberana respecto de las cosas significa servirse de ellas para recrear esa solidaridad, ese vínculo de amor establecido por Dios con toda la humanidad; hacer uso de los propios bienes materiales o espirituales, de la propia inteligencia, creatividad, de manera que sean puestos al servicio de los hermanos y de toda la comunidad.

          Y sobre todo, inducidos a esto por el testimonio de Cristo, que resucitando, ha hecho nuevas todas las cosas.

 

 

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