Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Torrent

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Area de Jóvenes: Ejercicios Espirituales 2003-04

 

1. Me tomo mi tiempo para entrar en la oración...

 

· Contemplando una imagen

 

· Situándome... En la conciencia que emerge de ese reconocimiento de saberme necesitado y en la manos de Dios. Sus manos me sostienen, me cuidan, me protegen, me confortan...

 

· Comenzando...

 En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

 

2. Otros se experimentaron necesitados

 

Tengo miseria de no tener. Soy miserable en la cumbre. Por no querer ser quien no soy no soy ni siquiera yo. Mi vacío me hace comprender a quienes no me entienden y aquellos que me maltratan sé que no soy mejor

 

Espero ser yo algún día, en mi miseria yo espero, que algo nazca de mi nada aunque sé que nada soy. Alguien repite en mi mente que en mi miseria me ama con misericordia me quiere y ese alguien es mi Dios.

 

Si me sintiese herido o tratado con violencia nunca quisiera sentirme lleno de odio y rencor. Ha de llenarse mi alma de infinita misericordia. Hay alguien que me lo pide ye se alguien es mi Dios.

 

3. Personajes bíblicos que se experimentaron necesitados

 

-          Noemí necesitada de tierra (Rut 1,1-18)

 

-          Rut yendo más allá de sus necesidades (Rut 1,1-18)

 

4. Su historia es nuestra historia

 

· Repaso mi propia historia...

 

-          En ella puedo reconocer mis propias necesidades: reconocimiento, autoafirmación, prestigio, aceptación, afecto, éxito, autocomplacencia...

 

-          Me doy cuenta de la fuerza que tienen en mi hasta el punto, en ocasiones, de hacerme girar sobre ellas; hasta el punto de instalarse como el horizonte de mi vida.

 

-          Tomo conciencia de que esas necesidades acaban siendo mi principio y fundamento: todo empieza y acaba en ellas

 

· Reconozco... gracias a esas necesidades que me habitan, ese vacío que soy y que desea ser colmado.

 

· Confieso que... “Somos limitados. No somos infinitos. En alguna parte acaba nuestra salud, habilidad, inteligencia. No siempre somos lúcidos sobre esta realidad. A veces tanteamos como los ciegos los bordes de nuestra persona, y llegamos a las áreas más oscuras y desconocidas. Tal vez ahí inútilmente nos torturamos y deprimimos. Nuestra sed de infinito puede rebelarse contra las fronteras donde acaba nuestro territorio. Quisiéramos ensanchar nuestro territorio, mover las cercas que limitan nuestro yo como terratenientes insaciables.

 

Pero ése es un camino equivocado. Sólo somos infinitos en el encuentro con el Infinito, no en la posesión de los amos. La plenitud no es una posesión mía, sino que reside en el encuentro que me acoge con los brazos abiertos y no me disuelve en el abrazo, sino que me llama por mi propio nombre para siempre. Somos amados como somos, no como pensamos que debiéramos ser. Podemos sentir la mirada de Dios, que se posa con cariño sobre nosotros, como la sintió María en el canto del Magnificat y como la sintió Jesús en el bautismo.

 

Esta experiencia de Dios, que nos acepta como somos, es el fundamento de nuestra aceptación. Nos miramos también como somos, sin dejar que los límites se apoderen de toda nuestra persona, como una mancha de tinta que desde el borde se extiende por todo el papel. En este caso, el límite pequeño se iría adueñando de toda la persona en dinamismos de miedo y confusión.

 

Pero tampoco lo ignoramos ni lo camuflamos, porque, sepultado en nuestra intimidad oscura, crecería y nos asaltaría a traición en muchos de nuestros comportamientos y decisiones. Nos permitimos sentir el miedo, la tristeza, la ira, el dolor de las heridas pasadas, la impotencia para transformar personas y situaciones. No tenemos nada que esconder. Somos amados como realmente somos. Sobre nuestros límites se posa la mirada de Dios, y sobre nuestra ceguera la mano de Jesús que nos devuelve la vista con el lodo de cualquier camino (Jn 9,6).

 

En esta experiencia, al ser conscientes de lo que somos y aceptarnos así, sentiremos qué poderosos dinamismos de vida nacen dentro de nosotros. Algunos límites desaparecerán. Con otros límites tendremos una relación de libertad. A través de nuestra persona limitada pasa hacia los demás la gracia de Dios, que es siempre más grande que nosotros. La palabra que anunciamos nos supera, y el proyecto de Dios no lo abarcamos. Su Espíritu no lo agotamos dentro de nosotros. Pero sentimos que Dios se expresa a través de nuestros labios limitados, y que su proyecto se construye con nuestras manos, con sus habilidades y torpezas.

 

Hemos sido encontrados por la Plenitud. No la podemos abarcar, pero sí podemos sentir cómo pasa a través de nosotros. y en esa corriente, nosotros mismos vamos siendo transformados y conducidos a un encuentro sin orillas que ahora ya nos abraza en la discreción de nuestra existencia limitada. La plenitud no es una posesión, sino un encuentro. El final de la historia son unos brazos abiertos”.

 

5. Me doy un tiempo para darme cuenta de lo que ha pasado

 

Termino con un Padre Nuestro

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo

 

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