Parroquia Asunción de Nuestra Señora de Torrent

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Área de Liturgia: Oraciones 2002-03: Ciclo B - Domingo XV del Tiempo Ordinario

 

COMENTARIO

ANUNCIAR Y REALIZAR LA SALVACIÓN

(15º Domingo ordinario -B-, 13 de julio de 2003)

 

La misión de los apóstoles. 

            Los doce apóstoles fueron enviados por Jesús en varias ocasiones antes de su Pasión; fueron misiones breves con la finalidad de anunciar su llegada con el lema de que el Reino de Dios estaba ya muy cerca.

Pero el relato de Marcos que se lee este domingo refleja más bien lo que fue la misión definitiva después de la Resurrección. Sus características son que no se limita a Israel, que permite el uso de bastón y sandalias, como corresponde a un camino más largo... No se trata ya de anunciar la proximidad de Jesús, sino de hacer accesible a todos la salvación que anunciaban y que alcanzaba a las personas en su integridad, para las almas y los cuerpos, resumida en forma de expulsión de los demonios que señoreaban el mundo antes de la llegada del Reino de Dios y de curación de las enfermedades. En este pasaje se anuncia ya lo que será en la Iglesia primitiva el sacramento de la Unción de los enfermos: Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con óleo a muchos enfermos y los curaban (Mc 6, 12-13), tal como lo describe la Carta de Santiago (5, 14-15).

 

El carisma del apostolado. 

            Los evangelios dicen claramente que los apóstoles no eran ni profetas ni sacerdotes de familia o de profesión, como lo eran los del antiguo Israel. El Señor los apartó de la vida ordinaria y los envió por un camino totalmente nuevo pare ellos, como ya había pasado en el caso del antiguo profeta Amós, que se extrañaba de que Dios le llamase, siendo un simple hombre del campo, pastor y agricultor (Primera lectura).

Los apóstoles serán los responsables de la misión del Reino, que era el cumplimiento del plan de Dios para salvar a toda la humanidad por medio de Cristo. Esto antes era un “misterio” secreto, pero ahora el misterio de Cristo es una gozosa revelación como lo proclama san Pablo al comienzo de la Carta a los Efesios: Este es el plan (“misterion”) que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra (Ef 1, 9-10; Segunda lectura).

Los apóstoles recibieron un don espiritual que tenía algunas gracias particulares (carismas) exclusivos de aquella primera generación de enviados: eran los testigos directos de Cristo resucitado y  estaban inspirados por el Espíritu Santo para crear las primeras estructuras de la Iglesia según la enseñanza de Jesús y para predicar y escribir el mensaje revelado como Palabra de Dios.

 

La misión de la Iglesia: anunciar y realizar la salvación. 

            Pero los apóstoles transmitieron a sus sucesores la misión que habían recibido de Jesucristo para que alcanzase a todos los hombres y a todas las generaciones. Por el sacramento del Orden permanece su misión en la Iglesia, que está asistida por el Espíritu santo para que conserve y anuncie sin error la doctrina revelada, y todos los fieles, religiosos y seglares, participamos en el apostolado cada uno según su propio estado.

El Concilio Vaticano II, en su primer documento, expresaba así solemnemente la misión de los apóstoles y de la Iglesia: “Así como Cristo fue enviado por el Padre, Él a su vez envió a los apóstoles, llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16, 15) y a anunciar que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos libró del poder de Satanás (cf. Hech 26, 18) y de la muerte nos condujo al Reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica” (Const. de Sagrada Liturgia, 6). Profetismo, liturgia y caridad son inseparables en la misión que ahora toca a nosotros continuar.

           

Jaime Sancho Andreu

 

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